El sueño del jardín encantado


Había una vez un pequeño y alegre pueblo llamado Veggielandia. En este lugar, todas las frutas y verduras vivían en armonía, compartiendo sus nutrientes y alegría con todos los habitantes.

En el centro del pueblo se encontraba el mercado, donde los alimentos frescos eran exhibidos con orgullo. Sin embargo, había dos alimentos que siempre se sentían desplazados: las verduras y el yogur.

Las verduras siempre se veían tristes porque la mayoría de las personas preferían comer frutas jugosas y dulces en lugar de ellas. Por otro lado, el yogur se sentía solo ya que a pesar de ser delicioso y saludable, nadie parecía darle importancia.

Un día soleado, las verduras decidieron reunirse para encontrar una solución a su problema. Se dirigieron al parque central de Veggielandia donde estaba la fuente mágica que según cuentos antiguos podía conceder deseos.

Cuando llegaron al parque, se encontraron con Don Yogurón, un yogur amigable que también había oído hablar sobre esta fuente mágica. Juntos decidieron hacer un pacto: si alguno de ellos lograba cumplir su deseo gracias a la fuente mágica, compartirían su felicidad con los demás.

Se acercaron a la fuente y cada uno lanzó una moneda mientras pedían su deseo en voz alta. De repente, la fuente comenzó a brillar intensamente y un hada apareció frente a ellos. "Queridos vegetales y lácteos", dijo el hada sonriendo. "Han demostrado ser valientes al buscar soluciones juntos.

Como recompensa, concederé un deseo a cada uno de ustedes". La primera en pedir su deseo fue la zanahoria. Deseaba ser más dulce y jugosa para que todos la prefirieran sobre las frutas.

El hada tocó suavemente la zanahoria con su varita mágica y ¡voilà! La zanahoria se convirtió en una deliciosa y dulce golosina. "Gracias, hada", dijo la zanahoria emocionada. "Prometo compartir mi sabor delicioso con todos los demás vegetales".

Luego fue el turno del yogur, quien deseaba tener más amigos y ser apreciado por todos. El hada le dio un toquecito mágico y ¡sorpresa! El yogur se multiplicó en muchos sabores diferentes, creando una variedad irresistible.

"¡Estoy tan feliz!", exclamó el yogur mientras bailaba de alegría. "Ahora puedo ser disfrutado por personas de todas las edades".

Los otros vegetales también pidieron sus deseos: el tomate quería ser más brillante para llamar la atención; el brócoli quería ser menos temido por los niños; y así sucesivamente hasta que todos tuvieron su deseado cambio. Desde aquel día, Veggielandia se llenó de vida y color.

Las personas comenzaron a apreciar las verduras tanto como las frutas e incluyeron al yogur en sus comidas diarias. La moraleja de esta historia es que cuando trabajamos juntos para superar nuestros problemas, podemos lograr grandes cosas. Cada uno tiene algo especial que ofrecer al mundo y debemos valorarnos unos a otros.

Así, las verduras y el yogur vivieron felices para siempre en Veggielandia, compartiendo su sabor y bondad con todos los que visitaban su maravilloso pueblo.

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