El Sueño Espacial de Tomás
En un pequeño pueblo rodeado de montañas vivía un nene llamado Tomás. Desde su ventana, miraba las estrellas y soñaba con el espacio.
"Un día voy a ir a la luna", decía mientras miraba al cielo.
Un día, decidió que era el momento de hacer su sueño realidad. Se puso su mochila, llenándola de bocadillos y una lámpara de mano, y salió a la búsqueda de un cohete.
Caminando por el sendero de la montaña, se encontró con su amigo Lucas, que estaba recogiendo flores.
"¿A dónde vas, Tomás?", preguntó Lucas.
"Voy a construir un cohete para ir al espacio!", respondió Tomás con entusiasmo.
Lucas, intrigado, decidió unirse a la aventura. Juntos, recorrieron el bosque buscando materiales. Recolectaron ramas, hojas grandes y hasta un viejo tambor que encontraron en un arroyo.
"¡Esto servirá de motor!", exclamó Lucas, tocando el tambor.
Después de juntar todo, se instalaron junto a un árbol grande, donde comenzaron a armar su cohete. Cada uno tenía una tarea; Tomás se encargaba de hacer las alas y Lucas de la parte del motor.
Mientras trabajaban, apareció Valentina, su amiga de la vecina colina.
"¿Qué están haciendo?", preguntó.
"¡Construyendo un cohete para ir al espacio!", gritaron al unísono.
"¡Quiero ayudar!", dijo Valentina, entusiasmada, y se unió al equipo.
Los tres amigos trabajaron durante días. Utilizaron hojas grandes como alas y adornaron su cohete con piedras brillantes que encontraron en el arroyo. Una tarde, se sentaron a contemplar su creación.
"¿Cómo iremos a la luna cuando despegue?", preguntó Valentina.
Tomás, que siempre tenía ideas, dijo:
"Voy a hacer un combustible especial con jugo de cereza, ¡será mágico!"
Los chicos rieron y siguieron soñando con el viaje. Pero, un día, mientras preparaban el cohete, una tormenta se desató y su creación quedó destruida.
"No puede ser...", susurró Lucas, mientras miraba los restos de su sueño.
"No hay que rendirse", dijo Valentina, intentando dar ánimo. "Podemos aprender de esto y volver a intentarlo."
"Claro, nunca se sabe cuánto pueden avanzar las ideas de los sueños", añadió Tomás con una sonrisa, decidido a no rendirse.
Juntos, empezaron a pensar en nuevos planes y, tras unos días de reflexión, decidieron hacer un modelo más pequeño. Fue así que fabricaron un cohete de cartón y pintura, ¡menos pesado y mucho más práctico!
Cuando terminó la época de lluvias, los chicos estaban listos para el lanzamiento. Invitaron a todos los amigos del barrio y se prepararon para el despegue.
"¡Tres, dos, uno... lanzamiento!", gritaron todos al unísono mientras Tomás contaba.
"¡Despegue!", dijo Valentina emocionada, mientras el cohete hecho de cartón se alzaba por el aire, impulsado por aire de un ventilador que estaba escondido detrás de un arbusto.
El cohete, aunque no despegó hasta las estrellas, voló hacia las ramas más altas de un árbol, dejando a todos los niños asombrados.
"¡Lo logramos!", exclamó Luis con ojos brillantes.
Esa noche, mientras el cielo estaba repleto de estrellas, Tomás miró hacia arriba y sonrió. No había ido a la luna, pero había aprendido que los sueños son alcanzables si se trabaja en equipo y se persevera.
"Quizás la próxima aventura sea un viaje a Marte", bromeó Tomás.
Todos empezaron a reír y a planear nuevas ideas, y aunque sólo era un cohete de cartón, era prueba de un viaje increíble hacia los límites de su imaginación. Su amistad se había fortalecido y juntos decidieron que cada día sería una nueva aventura.
"¡A buscar más aventuras!", gritaron todos juntos, mientras miraban hacia el cielo lleno de estrellas.
Y así, Tomás no solo había soñado con el espacio, sino que había demostrado que la imaginación y la amistad pueden llevar a cualquier parte, incluso a las estrellas.
FIN.