El sueño lunar de Germán
Había una vez un niño llamado Germán, quien tenía una gran pasión por el espacio. Todas las noches, miraba las estrellas desde su ventana y soñaba con viajar a la luna.
Un día, mientras jugaba en el jardín, Germán vio a su padre arreglando un viejo cohete que había encontrado en el garaje. Emocionado, se acercó corriendo hacia él.
"¡Papá! ¡Papá! ¿Podemos usar ese cohete para ir a la luna?"- preguntó Germán con los ojos brillantes de emoción. Su padre lo miró con ternura y le respondió: "¡Claro que sí, hijo! Si trabajamos juntos, podemos hacer cualquier cosa.
"Desde ese momento, padre e hijo comenzaron a trabajar duro para convertir el viejo cohete en una nave espacial lista para despegar. Pasaron días investigando sobre cohetes y astronautas, aprendiendo todo lo necesario para hacer realidad su sueño. Finalmente llegó el día del lanzamiento. La nave estaba lista y Germán y su padre se subieron emocionados.
Con trajes espaciales puestos y cascos ajustados, esperaban ansiosos mientras la cuenta regresiva comenzaba. "10... 9... 8... " - decía una voz desde los altavoces. "7... 6... 5... " - continuaba. "4...
3... 2... " - seguía. "1... ¡Despegue!" - exclamaron todos emocionados. El cohete rugió y comenzó a elevarse hacia el cielo.
Germán miraba por la ventana mientras veía cómo la Tierra se alejaba cada vez más. Estaba maravillado por la belleza del espacio y emocionado por lo que estaba por venir. Pero de repente, algo salió mal. El cohete comenzó a temblar violentamente y todos los sistemas fallaron.
Germán y su padre se miraron con preocupación mientras el cohete giraba descontroladamente. "¡Papá, ¿qué está pasando? !"- gritó Germán asustado. Su padre intentó arreglar los controles, pero nada funcionaba.
Parecía que su sueño de llegar a la luna se desvanecía en un instante. Sin embargo, Germán no se rindió. Recordando todo lo que había aprendido sobre el espacio, tuvo una idea brillante.
"¡Papá! ¡Tengo una idea! Si usamos las mochilas propulsoras de emergencia, podremos estabilizar el cohete y regresar a casa"- exclamó con determinación. Su padre asintió emocionado y juntos activaron las mochilas propulsoras. Poco a poco, el cohete dejó de girar y comenzó a dirigirse hacia la Tierra nuevamente.
A medida que descendían, Germán sonrió sabiendo que habían superado un gran obstáculo juntos. Finalmente, el cohete aterrizó suavemente en el jardín trasero de su casa. Germán y su padre salieron del cohete victoriosos pero cansados.
A pesar de no haber llegado a la luna como querían, habían aprendido algo mucho más valioso: nunca rendirse ante los obstáculos. Desde ese día, Germán siguió soñando con el espacio y su padre lo apoyó en cada paso del camino.
Juntos, exploraron las maravillas del universo a través de libros, telescopios y visitas al planetario. Y aunque nunca llegaron a la luna en persona, Germán se convirtió en un gran astronauta en su corazón.
Siempre recordaría aquel día en el que él y su padre demostraron que los sueños pueden hacerse realidad si uno está dispuesto a trabajar duro y nunca rendirse. Y así, Germán siguió soñando con las estrellas mientras crecía sabiendo que siempre habría algo nuevo por descubrir más allá del cielo.
FIN.