El Sueño Lunar de Tomás


Había una vez un niño llamado Tomás, a quien le encantaba explorar el mundo y soñar con aventuras emocionantes.

Un día, mientras estaba sentado en su habitación mirando por la ventana, vio algo que capturó su atención: ¡un avión volando alto en el cielo! Tomás se levantó de inmediato y corrió hacia afuera para seguir al avión con la mirada. Estaba tan fascinado que no se dio cuenta de que había tropezado con una mesa vieja y polvorienta.

- ¡Ay! -gritó Tomás mientras se frotaba la rodilla dolorida-. ¿De dónde salió esta mesa? Mirando más de cerca, notó algo extraño en la mesa: un dibujo de una luna brillante.

Tomás recordó haber leído sobre los viajes espaciales y cómo los astronautas llegaban a la luna. - Quizás esta mesa tenga poderes mágicos -pensó Tomás emocionado-. Si me siento en ella, tal vez pueda ir a la luna.

Sin pensarlo dos veces, Tomás subió a la mesa y cerró los ojos fuertemente. Cuando los abrió nuevamente, no podía creer lo que veía: estaba flotando en medio del espacio, rodeado de estrellas brillantes y planetas gigantes. - ¡Increíble! -exclamó Tomás asombrado-.

¡Estoy realmente en el espacio! Mientras flotaba sin rumbo fijo, vio algo inusual cerca de él. Era otro niño pequeño vestido como un astronauta. - Hola -saludó el niño astronauta con una sonrisa-. Me llamo Mateo.

¿Tú también estás explorando el espacio? Tomás asintió emocionado y le contó a Mateo cómo había llegado allí gracias a la mesa mágica. - ¡Qué suerte tienes! -dijo Mateo-. Yo siempre quise ir a la luna, pero no tengo una mesa mágica como tú.

Tomás pensó por un momento y luego tuvo una idea brillante. - ¡Espera un minuto! -exclamó Tomás-. Si compartimos esta mesa, ambos podemos ir juntos a la luna. Mateo asintió con entusiasmo y se sentaron juntos en la mesa.

Mientras volaban hacia la luna, los dos niños se hicieron amigos rápidamente y compartieron risas y sueños de aventuras futuras. Finalmente, llegaron al satélite natural de nuestro planeta, donde encontraron un paisaje lunar fascinante lleno de cráteres y rocas.

Los dos niños saltaron de alegría mientras exploraban cada rincón del lugar desconocido. - ¡Esto es increíble! -exclamó Tomás mientras recogía una piedra lunar como recuerdo-. Nunca olvidaré este día.

Después de pasar un tiempo maravilloso en la luna, Tomás y Mateo decidieron que era hora de regresar a casa. Se despidieron con abrazos cálidos y prometieron mantenerse en contacto para futuras aventuras espaciales juntos.

Cuando Tomás volvió a su habitación, se dio cuenta de que aún estaba sentado en la vieja mesa polvorienta. Sonrió sabiendo que había vivido una experiencia única y que los sueños realmente podían hacerse realidad. Desde ese día, Tomás nunca dejó de soñar y explorar el mundo.

Cada vez que veía un avión volando en el cielo, recordaba su viaje a la luna y se sentía inspirado para alcanzar nuevas alturas.

Y así, este niño aventurero continuó persiguiendo sus sueños mientras compartía con otros la importancia de creer en uno mismo y nunca dejar de explorar el maravilloso mundo que nos rodea.

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