El sueño vidriero


Había una vez un niño llamado Román, que vivía en un pequeño pueblo. Aunque era muy pequeño, tenía grandes sueños y siempre estaba lleno de energía.

Al otro lado del pueblo vivía Don Alberto, un amable señor que trabajaba como glasiador. Un día soleado, Román se levantó temprano y se preparó para comenzar su rutina diaria. Se lavó los dientes y se vistió con su uniforme escolar.

Mientras desayunaba junto a su mamá, pensaba en todas las cosas emocionantes que le esperaban en la escuela. Cuando llegó al colegio, Román notó algo diferente en el camino. Había una gran multitud reunida frente a la casa de Don Alberto.

Curioso por saber qué estaba pasando, decidió acercarse. "¡Hola Don Alberto! ¿Qué está pasando aquí?"- preguntó Román con entusiasmo. Don Alberto miró a Román con una sonrisa cálida y le respondió: "¡Hola Román! Estoy arreglando las ventanas de mi casa hoy".

Román quedó sorprendido al ver cómo Don Alberto trabajaba pacientemente con sus herramientas para reparar las ventanas rotas. Fascinado por el oficio del señor glasiador, decidió quedarse a observarlo durante todo el día.

Mientras tanto, en la escuela, los maestros estaban preocupados por la ausencia de Román. Decidieron enviar a uno de ellos a buscarlo a su casa para asegurarse de que estuviera bien. La maestra Laura fue hasta la casa de Román y encontró al niño junto a Don Alberto.

Preocupada, le preguntó a Román por qué no había ido a la escuela. "Maestra Laura, estoy aprendiendo mucho aquí con Don Alberto. Me gusta ver cómo arregla las ventanas y quiero aprender su oficio", respondió Román emocionado.

La maestra Laura entendió el interés de Román y decidió hablar con Don Alberto. Juntos llegaron a un acuerdo para que Román pudiera pasar algunas horas al día aprendiendo el oficio de glasiador después de la escuela.

A partir de ese día, la vida de Román dio un giro inesperado. Después de terminar sus clases en la escuela, se dirigía directamente a la casa de Don Alberto para aprender sobre el arte del glaseado.

Aprendió cómo medir y cortar vidrios, mezclar los ingredientes adecuados para hacer una buena pasta y cómo aplicarla en las ventanas. Román también descubrió que ser glasiador requería mucha paciencia y precisión.

Aprendió a trabajar con cuidado para evitar romper los vidrios durante el proceso. Con el tiempo, Román se convirtió en un excelente ayudante para Don Alberto. Juntos repararon muchas ventanas del pueblo y ganaron reconocimiento por su trabajo impecable.

El esfuerzo y dedicación de Román fueron recompensados cuando recibió una beca para estudiar en una prestigiosa escuela de artesanos en la ciudad grande. Allí perfeccionó sus habilidades como glasiador y se convirtió en uno de los mejores del país.

La historia inspiradora de Román enseñó a todos que nunca es demasiado temprano ni demasiado tarde para seguir nuestros sueños. También mostró cómo la perseverancia y el trabajo en equipo pueden llevarnos a lograr cosas increíbles.

Y así, Román y Don Alberto continuaron trabajando juntos durante muchos años, dejando su huella en cada ventana que reparaban. Su historia se convirtió en una fuente de inspiración para todos los niños del pueblo, recordándoles que con pasión y esfuerzo, cualquier sueño puede hacerse realidad.

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