El sultán y el campesino



Había una vez en un reino lejano, un sultán muy astuto que le encantaba disfrazarse y hacerse pasar por diferentes personas para divertirse. Un día, decidió vestirse como un humilde conde y pasear por las calles del pueblo.

Al llegar al mercado, el sultán con su atuendo de conde llamó la atención de todos los presentes, quienes lo trataron con respeto y cortesía creyendo que era un noble de verdad.

Entre la multitud se encontraba un joven campesino llamado Juan, quien quedó impresionado por la presencia del falso conde. "¡Vaya! ¡Qué honor tener a un distinguido conde visitando nuestro humilde mercado!", exclamó Juan acercándose al sultán disfrazado.

El sultán sonrió ante el entusiasmo del joven y decidió jugar un poco más. Se presentó como el Conde Fernando y empezó a conversar amigablemente con Juan. A medida que hablaban, el sultán notaba la bondad y sabiduría en las palabras del joven campesino.

"Juan, veo en ti cualidades excepcionales. ¿Has considerado alguna vez convertirte en consejero de alguien importante?", preguntó el sultán disfrazado. Juan se sorprendió por la propuesta, pero sintió que algo dentro de él resonaba con esa idea.

Aceptó ser el consejero del supuesto Conde Fernando sin imaginar quién realmente estaba detrás de ese personaje. Con el tiempo, el falso Conde Fernando comenzó a confiar cada vez más en las opiniones y sugerencias de Juan.

El joven campesino demostraba una inteligencia y perspicacia innatas que sorprendían al sultán impostor. Juntos tomaron decisiones sabias que beneficiaron al reino y a su gente. Sin embargo, llegó el momento en que la máscara del sultán se desvaneció ante los ojos de Juan.

Descubrió la verdadera identidad detrás del Conde Fernando: ¡era nada menos que el propio sultán!"¿Cómo es posible? ¿Por qué te hiciste pasar por alguien que no eras?", preguntó Juan confundido pero admirado por toda la experiencia vivida junto al astuto monarca.

El sultán reveló su juego y explicó a Juan su intención inicial de divertirse disfrazándose como un simple mortal.

Pero también reconoció haber aprendido una valiosa lección gracias a la sabiduría e integridad demostrada por Juan durante todo ese tiempo juntos. La moraleja de esta historia es que no importa cuál sea nuestra posición social o apariencia externa; lo verdaderamente importante radica en nuestras acciones, valores y cómo tratamos a los demás.

Todos tenemos potencial para brillar no importa quiénes creamos ser o quiénes parezcamos ser ante los demás.

Y así fue como Juan pasó de ser un simple campesino a convertirse en uno de los consejeros más respetados del reino gracias a su inteligencia, bondad y humildad; mientras que el astuto sultán aprendió a valorar las virtudes genuinas sobre las apariencias superficiales.

FIN.

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