El tablero de los recuerdos



Había una vez en un pequeño pueblo de Argentina, dos personas muy diferentes pero con algo en común: su amor por el ajedrez.

Por un lado estaba Mateo, un niño inteligente y curioso que había aprendido a jugar desde muy temprana edad. Por otro lado estaba Don Manuel, un anciano sabio y amable que llevaba jugando al ajedrez toda su vida.

Un soleado día de verano, Mateo decidió ir al parque a jugar una partida de ajedrez contra sí mismo. Mientras colocaba las piezas sobre el tablero, vio a lo lejos a Don Manuel sentado en un banco observando la partida con gran interés.

Intrigado por la presencia del anciano, Mateo se acercó tímidamente y le preguntó si quería jugar contra él. Don Manuel sonrió y aceptó encantado la invitación. "¡Claro que sí! Será un honor enfrentarme contigo", dijo Don Manuel mientras se levantaba del banco.

Durante varias horas, los dos jugadores se sumergieron en el juego del ajedrez. Cada movimiento era calculado minuciosamente, cada jugada estratégica era analizada con cuidado. A medida que avanzaban las partidas, Mateo notaba cómo su habilidad mejoraba gracias a los consejos y enseñanzas de Don Manuel.

El tiempo pasó rápidamente y pronto se hizo tarde. Los dos jugadores decidieron guardar sus piezas y despedirse hasta otro encuentro. "Fue un placer jugar contigo", dijo Mateo emocionado mientras estrechaban sus manos.

"La experiencia fue mutua, joven amigo", respondió Don Manuel con una mirada llena de ternura. A partir de ese día, Mateo y Don Manuel se volvieron inseparables. Cada tarde se encontraban en el parque para jugar al ajedrez y compartir historias de sus vidas.

Don Manuel le hablaba a Mateo sobre su juventud y las lecciones que había aprendido a lo largo de los años, mientras que Mateo compartía con él sus sueños y ambiciones. Pero un día, algo inesperado sucedió.

Don Manuel no apareció en el parque a la hora acordada. Mateo esperó pacientemente durante horas, pero su amigo nunca llegó. Preocupado, decidió ir a la casa de Don Manuel para ver qué había pasado.

Al llegar allí, encontró la puerta entreabierta y decidió entrar. "Don Manuel, ¿está usted aquí?", llamó Mateo mientras recorría cada habitación. Finalmente, encontró a Don Manuel sentado en una silla frente a una mesa vacía. Parecía cansado y triste.

"¿Qué te pasa? ¿Por qué no viniste al parque hoy?", preguntó Mateo preocupado. Don Manuel levantó la mirada hacia él y suspiró profundamente. "Mi querido Mateo, estoy perdiendo mi memoria", dijo con voz temblorosa. Mateo sintió un nudo en la garganta al escuchar esas palabras.

No sabía qué decir ni cómo ayudar a su amigo. Pasaron los días y Mateo visitaba diariamente a Don Manuel en su casa.

Jugaban partidas de ajedrez aunque muchas veces don Manuel olvidaba las reglas o incluso quién era su contrincante. Un día mientras jugaban una partida improvisada sin reglas claras ni estrategias definidas, Mateo tuvo una idea brillante. Decidió cambiar las reglas del juego y adaptarlas a la situación de Don Manuel.

"Don Manuel, ¿qué tal si hacemos un ajedrez personalizado? Podemos inventar nuestras propias reglas y hacerlo más divertido", propuso Mateo con entusiasmo. Don Manuel sonrió débilmente ante la propuesta de su joven amigo. Aceptó jugar al ajedrez "a su manera".

A partir de ese día, Mateo y Don Manuel crearon un nuevo estilo de juego en el que cada movimiento era único y no había jugadas incorrectas. Juntos, exploraban nuevas estrategias y disfrutaban cada partida como si fuera la primera vez.

El tiempo pasó y aunque Don Manuel seguía perdiendo poco a poco su memoria, su amistad con Mateo se volvió más fuerte que nunca.

No importaba cuántas partidas ganaran o perdieran, lo importante era el amor compartido por el ajedrez y la felicidad que encontraban en cada encuentro. Y así fue como Mateo aprendió que la verdadera amistad va más allá de las diferencias o las habilidades individuales.

La verdadera amistad es capaz de adaptarse a los cambios y encontrar formas creativas de mantenerse viva. Desde aquel momento, ellos dos continuaron jugando al ajedrez "a su manera" hasta el final de los días de Don Manuel.

Y aunque Mateo sintió tristeza por perder a su querido amigo, siempre recordaría con cariño las lecciones aprendidas durante sus partidas juntos: el valor del compañerismo, la importancia de adaptarse a los cambios y sobre todo, el poder transformador del amor verdadero.

FIN.

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