El Tálego Mágico



Había una vez en un pequeño pueblo, un talego mágico que visitaba a los niños durante la noche. Este talego no era un simple saco, sino un receptáculo mágico donde habitaban las más asombrosas y maravillosas sorpresas.

Cada noche, el talego salía en silencio de su escondite y se deslizaba por las calles silenciosas en busca de un niño o niña que necesitara un poco de magia en su vida.

Una de esas noches, el talego llegó al hogar de Sofía, una niña curiosa y inquieta. Sin hacer ruido, el talego se deslizó por la ventana de su habitación y se detuvo junto a su cama.

Al sentir su presencia, Sofía abrió sus ojos y vio el resplandor mágico que provenía del talego. Sorprendida y emocionada, se levantó de la cama y abrió el talego, de donde surgieron luces brillantes, juguetes encantados y un sinfín de diversiones. Al ver tanta maravilla, Sofía se llenó de alegría y emoción.

Con cada objeto que sacaba del talego, el cuarto se llenaba de risas y sonrisas. El talego no se cansaba de desbordar magia y alegría, y Sofía no podía dejar de explorar y jugar con cada sorpresa que encontraba.

Finalmente, exhausta pero completamente feliz, Sofía se recostó en su cama, rodeada de los tesoros que el talego había traído.

Antes de desaparecer, el talego le susurró al oído: -Recuerda, la verdadera magia está en tu interior, así que siempre mantén viva tu curiosidad, tu imaginación y tu alegría. Con esas palabras en su corazón, Sofía se durmió plácidamente.

Desde entonces, el talego siguió visitando a otros niños, llevando consigo su magia y enseñándoles que la verdadera diversión está en disfrutar de la sorpresa y la alegría en cada momento. Y así, el talego mágico siguió esparciendo felicidad allá donde iba, recordando a cada niño que la magia está siempre al alcance de aquellos que saben apreciarla.

FIN.

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