El talento de la amistad



Había una vez en un pequeño colegio de Argentina, un comedor lleno de risas y alegría. En ese comedor se encontraban 17 niños, cada uno con su propia personalidad y sueños por cumplir.

Un día, el señor Pedro, el encargado del comedor, decidió organizar un concurso de talentos para los niños. Les dijo que todos tenían habilidades especiales y quería que las compartieran con los demás.

Los niños estaban emocionados por la idea y comenzaron a practicar sus talentos. Había niñas que bailaban ballet, niños que tocaban la guitarra y otros que cantaban como ángeles. También había quienes eran expertos en malabares y hasta un niño que hacía trucos de magia.

El día del concurso llegó y el comedor estaba decorado con luces brillantes y coloridas. Los padres de los niños también estaban allí para apoyarlos en su gran momento.

La primera en subir al escenario fue Martina, una niña tímida pero llena de gracia al bailar ballet. Todos quedaron maravillados por sus movimientos elegantes y aplaudieron entusiasmados. Luego le tocó el turno a Juanito, quien sorprendió a todos con su increíble destreza en la guitarra.

Sus dedos volaban sobre las cuerdas mientras tocaba una canción popular argentina. El público no pudo evitar tararear junto a él. Después fue Sofía quien deslumbró a todos con su dulce voz al cantar una hermosa balada.

Su melodiosa voz llenó el comedor e hizo vibrar los corazones de todos los presentes. El concurso continuó y cada niño mostraba su talento de manera única.

Los malabaristas lanzaban pelotas al aire sin dejar que cayeran, el mago hacía desaparecer objetos ante los ojos asombrados de todos, y así uno a uno fueron dejando su huella en aquel escenario. Sin embargo, había un niño llamado Tomás que aún no había subido al escenario. Todos esperaban ansiosos para ver qué talento tenía escondido.

Tomás era un niño tímido y reservado, pero siempre estaba atento a lo que pasaba a su alrededor.

Cuando llegó su turno, Tomás se paró frente a todos con confianza y comenzó a hablar:"Quiero mostrarles mi talento especial: la capacidad de escuchar y ayudar a los demás". Todos quedaron sorprendidos por sus palabras. ¿Cómo podría eso ser un talento? Tomás explicó que había estado prestando atención durante todo el concurso, observando las habilidades de cada uno de sus compañeros.

Había notado que algunos niños necesitaban ayuda para mejorar sus actos o superar su timidez. Entonces, Tomás propuso algo inesperado: formarían equipos para ayudarse mutuamente. Cada niño compartiría sus conocimientos y habilidades con otro compañero que necesitara apoyo.

Los niños aceptaron entusiasmados la idea y comenzaron a trabajar juntos. Martina enseñó algunos movimientos de ballet a Juanito para complementar su actuación musical. Sofía dio consejos vocales a otros niños cantantes para mejorar sus interpretaciones.

El día del gran show finalmente llegó. Los equipos habían trabajado duro durante semanas y estaban listos para mostrar sus actos mejorados.

El comedor se llenó nuevamente de risas y alegría, pero esta vez había algo más: un espíritu de cooperación y amistad que los unía. El concurso fue todo un éxito y cada niño brilló en su actuación, pero lo más importante es que aprendieron el valor de trabajar juntos, apoyarse mutuamente y celebrar las habilidades únicas de cada uno.

Desde aquel día, el comedor del colegio se convirtió en un lugar donde los niños siempre estaban dispuestos a ayudarse unos a otros.

Se creó una hermosa comunidad donde todos eran valorados por sus talentos individuales y por la capacidad de escuchar y apoyar al otro. Y así, los 17 niños descubrieron que no importaba cuán diferentes fueran o qué talento tuvieran; lo que realmente importaba era el amor y la amistad que compartían en ese pequeño comedor del colegio.

FIN.

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