El Taller de Don Rueditas



Leon era un niño lleno de energía y con una gran pasión: ¡los autos rojos! Pasaba horas dibujándolos, soñando con tener uno propio. Sin embargo, en la escuela, Leon sentía que siempre estaba un paso detrás de sus compañeros. Mientras ellos resolvían problemas de matemáticas y leían con rapidez, él se esforzaba al máximo pero sentía que no podía seguirles el ritmo.

Un día, al salir de la escuela, Leon vio un cartel que decía: "Se necesita ayudante en el Taller de Don Rueditas". Intrigado, decidió entrar. Un taller lleno de colores, herramientas y, lo más importante, autos de todos los tipos. Al fondo, un hombre mayor, de barba canosa y sonrisa amable, estaba trabajando en un auto rojo brillante.

"Hola, chico. ¿Te gustan los autos rojos?" -preguntó Don Rueditas, mirándolo por encima de sus gafas.

"¡Sí! Son mis favoritos. Pero nunca puedo aprender como mis amigos en la escuela..." -respondió Leon, con un suspiro.

Don Rueditas se agachó a su altura y le dijo:

"Mirá, cada uno tiene su propio ritmo. Algunas personas son rápidas para aprender, y otras, como vos, son más observadoras. Lo importante es hacerlo a tu manera."

Leon se sintió un poco mejor, pero no podía evitar la comparación con sus compañeros. Mientras ayudaba a Don Rueditas a arreglar el motor de un auto viejo, comenzó a ver las cosas de otra manera. Le gustaba escuchar el sonido de las herramientas, ver cómo cada una tenía un propósito, así como cada persona tiene habilidades diferentes.

"¿Puedo aprender a arreglar autos?" -preguntó Leon, emocionante.

"Por supuesto, pero no te apresures. Cada paso que tomes hoy es un ladrillo más en tu conocimiento. Un buen mecánico no sólo se preocupa por la velocidad, sino por hacer las cosas bien." -explicó Don Rueditas mientras le mostraba cómo limpiar las piezas del motor.

Con el tiempo, Leon se sumergió en el trabajo del taller. Aprendía sobre los motores, los frenos y la importancia de cada tornillo. A medida que las semanas pasaban, él se sentía más y más cómodo con las herramientas en sus manos. El taller se convirtió en su segundo hogar, y Don Rueditas, en su mentor.

Sin embargo, Leon un día escuchó a otros ayudantes hablando sobre una competencia de autos. Pensó en inscribirse, pero le preocupaba no ser lo suficientemente rápido. Cuando le comentó a Don Rueditas, este sonrió con sabiduría:

"No se trata de ser el más rápido, Leon. Se trata de disfrutar lo que haces y dar lo mejor de vos. Participar ya es un gran paso. Y aunque quieras ganar, recuerda que la experiencia es lo que realmente cuenta."

Animado por las palabras de Don Rueditas, Leon decidió inscribirse en la competencia. Pasó días preparándose con él, aprendiendo sobre puesta a punto y ajuste de motores. Finalmente, llegó el gran día. El olor a gasolina y el rugido de los motores llenaban el aire. Leon se sentía nervioso pero también emocionado. Sabía que no sería el más rápido, pero iba a dar lo mejor de sí.

La carrera comenzó y entre los rugidos de los motores, Leon recordaba cada lección de Don Rueditas. Con su auto rojo, se deslizó por la pista, sintiendo cada curva, cada aceleración. Era como un baile, y aunque no llegó primero, disfrutó cada segundo de la carrera.

Cuando cruzó la meta, no solo sonrió, sino que se sintió ganador. Al reunirse con Don Rueditas, este lo abrazó:

"Eso es lo que importa, Leon. Has aprendido y disfrutaste. La próxima vez serás más rápido, pero lo más importante es que hoy diste lo mejor de vos."

Leon entendió que cada uno tiene su propio ritmo. No necesitaba apresurarse ni compararse. Aprendió a usar su pasión por los autos rojos para encontrar su camino, disfrutando del proceso.

Y así, en el Taller de Don Rueditas, Leon no solo se convirtió en un experto, sino en un niño que valoraba sus propias habilidades, recordando siempre que lo importante es disfrutar el viaje.

Y, cada vez que diagramaba un auto rojo, lo hacía con el corazón lleno de alegría, sabiendo que, independientemente de lo que dijeran los demás, su propio camino era único y especial.

FIN.

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