El Taller de Sueños



Era un soleado día en el barrio de Villa Esperanza. En la plaza central, había un grupo de niños que jugaban a la pelota, riendo y disfrutando del aire libre. Nicolás era uno de ellos, un chico con un gran corazón y una sonrisa contagiosa. Sin embargo, ese día algo lo inquietaba.

-Nicolás, ¿te pasa algo? -le preguntó su amiga Ana, que se había acercado a él.

-No sé, Ana. Estoy pensando en Tomás. Siempre lo veo solo, sin jugar con nosotros. A veces me da pena verlo así -respondió Nicolás.

Tomás era un niño que vivía en la parte más humilde del barrio. No tenía una pelota como los demás y, muchas veces, sólo miraba desde lejos. A Nicolás le gustaría ayudarlo, pero no sabía cómo.

Esa tarde, Nicolás decidió hablar con sus amigos.

- chicos, ¿qué les parece si invitemos a Tomás a jugar con nosotros? -sugirió Nicolás entusiasmado.

- ¿Y cómo lo hacemos? -preguntó Pablo, un poco dudoso.

-Podemos compartir nuestras cosas. La diversión es más linda cuando incluimos a todos -afirmó Ana, apoyando la idea.

Los amigos acordaron hacer un pequeño taller en el parque donde pudieran jugar y enseñarle a Tomás a jugar al fútbol. Prepararon un cartel que decía: "Taller de Sueños: ¡Juguemos Todos Juntos!".

El día del taller, Nicolás llegó temprano y ayudó a armar el espacio. Ana trajo algunas pelotas, y Pablo llevó algunas colchonetas para que todos pudieran jugar sin lastimarse. Sin embargo, notaron que Tomás aún no llegaba.

- Quizás no se anima. -dijo Pablo con tristeza.

-Nosotros lo vamos a animar. ¡Vamos a buscarlo! -propuso Nicolás, decidido.

Los amigos fueron a la casa de Tomás y tocaron la puerta. La madre de Tomás les respondió y les dijo:

- Tomás está adentro, pero no quiere salir. Dice que no tiene ropa adecuada.

Nicolás se miró con los demás y se le ocurrió una idea.

- ¡Podemos traerle ropa! -exclamó.

Los niños se pusieron a buscar entre sus guardarropas. Al poco rato, volvieron a la casa de Tomás con algunas prendas que ya no usaban, unas zapatillas, una camiseta y un pantalón.

-Tomás, ¡vení a jugar! -gritaron entusiasmados.

Tomás se asomó tímidamente, con los ojos llenos de incertidumbre.

- ¿De verdad puedo jugar? -preguntó.

- ¡Claro! Trajimos ropa para vos. Queremos que también seas parte de nuestro grupo -dijo Nicolás.

Tomás sonrió, se cambió rápidamente y salió. Cuando llegó al parque, los otros niños lo recibieron con aplausos.

- ¡Bienvenido, Tomás! Hoy aprenderás a jugar al fútbol -dijo Ana.

La jornada fue mágica. Entre risas, los niños enseñaron a Tomás cómo patear la pelota y hacer pases. Nunca se había divertido tanto. Al finalizar el taller, todos estaban empapados de sudor, pero felices.

- ¡Quiero jugar todos los días! -exclamó Tomás, radiante.

Con el pasar de las semanas, el taller de sueños se volvió un encuentro semanal. Cada lunes, Nicolás y sus amigos invitaban a cualquier niño que quisiera sumarse, sin importar su situación. Muchos más niños comenzaron a participar y pronto el parque se llenó de risas y juegos.

Sin embargo, un día, durante el taller, un grupo de chicos nuevos llegó. Eran de otro barrio y comenzaron a burlarse de algunos menores que no tenían zapatillas adecuadas.

- Miren esos chicos, no tienen nada -dijo uno de ellos con desprecio.

Los amigos, liderados por Nicolás, se agruparon.

- ¡No se vale! -dijo Nicolás con firmeza. -Todos tienen derecho a jugar. La diversión es para todos, sin importar su situación.

Los nuevos chicos se sorprendieron por la valentía de Nicolás, y, tras un breve silencio, decidieron marcharse cabizbajos, mientras los niños de Villa Esperanza continuaban su juego.

Al final del taller, Tomás se acercó a Nicolás y le dijo:

- Gracias, Nicolás. Nunca pensé que tendría la oportunidad de jugar y tener amigos como ustedes.

Nicolás sonrió y le respondió:

- Nosotros aprendemos de vos también, Tomás. La amistad y la solidaridad son lo más importante.

Desde aquel día, el Taller de Sueños no solo se convirtió en un lugar para jugar, sino en un símbolo de inclusão y amistad entre todos los niños del barrio. Con cada pase de fútbol, aprendieron que la verdadera riqueza se encuentra en compartir y cuidar unos de otros.

Así, Villa Esperanza se llenó de sueños y sonrisas, unidos por un mismo corazón.

FIN.

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