El taller mágico de Tomás y Pedro


Había una vez, en el mágico mundo de los elfos, un pequeño elfo llamado Tomás. Tomás era muy curioso y siempre estaba buscando nuevas aventuras.

Pero su mayor sueño era poder visitar el mundo de los humanos y conocer a los niños. Un día, mientras paseaba por el bosque encantado, escuchó un ruido proveniente de una caja abandonada entre los árboles. Al acercarse, descubrió que dentro había juguetes rotos y olvidados.

Triste por verlos en ese estado, decidió llevarlos al taller del jefe de los elfos para repararlos. Al llegar al taller, Tomás se encontró con su amigo Pedro, quien también era un elfo muy habilidoso en la reparación de juguetes.

Juntos decidieron arreglar todos esos juguetes para que volvieran a ser tan divertidos como antes. Dedicaron días enteros a trabajar sin descanso. Le pusieron ruedas nuevas a los carritos desgastados, cosieron las muñecas rotas y pegaron las piezas perdidas de los rompecabezas.

Cada vez que terminaban uno de los juguetes reparados, lo ponían en una bolsa especial para regalárselos a los niños en Navidad.

La noche antes de Navidad, cuando todos dormían en el pueblo elfo, Tomás y Pedro cargaron la bolsa llena de juguetes reparados sobre sus espaldas y comenzaron su viaje hacia el mundo humano.

Mientras caminaban bajo la luz brillante de la luna llena, sintieron emoción y nerviosismo al pensar en cómo reaccionarían los niños al recibir esos juguetes tan especiales. Finalmente, llegaron a una pequeña casa en la que vivían dos hermanitos llamados Sofía y Mateo.

Con mucho cuidado, Tomás y Pedro dejaron la bolsa de juguetes junto al árbol de Navidad y se escondieron para ver la reacción de los niños. Al despertar, Sofía y Mateo corrieron hacia el árbol y abrieron los regalos con entusiasmo. -¡Mira, Sofía! ¡Estos juguetes están como nuevos! -dijo Mateo emocionado. -Sí, son increíbles.

Parece que alguien los arregló especialmente para nosotros -respondió Sofía con una sonrisa en su rostro. Tomás y Pedro sintieron alegría al ver la felicidad en los ojos de los niños. Su misión había sido cumplida.

Pero antes de irse, decidieron dejarles una carta agradeciéndoles por cuidar sus juguetes y recordándoles lo importante que era compartir con otros niños. Desde ese día, Tomás y Pedro siguieron reparando juguetes rotos durante todo el año para llevarlos a más hogares necesitados en Navidad.

Los niños aprendieron el valor del cuidado y del compartir, mientras que los elfos encontraron un nuevo propósito en su vida: ayudar a hacer sonreír a todos los niños del mundo.

Y así fue como Tomás descubrió que no importaba cuán pequeño fuera, siempre podía hacer grandes cosas si ponía su corazón en ello. Y desde entonces, cada Navidad se convertía en un momento mágico donde elfos y niños compartían sonrisas y sueños juntos.

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