El Tesoro de Antú en la Cima del Domuyo
En la cima del majestuoso volcán Domuyo, en medio de la provincia del Neuquén, habitaba una joven encantada llamada Antú. A su alrededor, un imponente toro colorado y un hermoso caballo de pelo negro la custodiaban celosamente, protegiendo el valioso tesoro de oro que yacía oculto en la montaña.
Todo iba tranquilo hasta que un día, un valiente cacique llamado Nahuel, decidido a descubrir el misterio de la cima del Domuyo, escaló a través de los peligrosos senderos hasta llegar a la morada de Antú.
Impresionado por la belleza mágica que lo rodeaba, Nahuel se acercó con respeto a Antú y le pidió permiso para conversar. Antú, con una voz suave y melodiosa, le contó la historia del tesoro y la importancia de protegerlo para el equilibrio de la naturaleza.
Emocionado por la valentía de Nahuel al llegar hasta allí, Antú decidió revelarle un secreto: el verdadero tesoro no era el oro, sino la sabiduría y el respeto por la naturaleza. Antú le enseñó a Nahuel la importancia de cuidar el entorno, la importancia de la armonía entre los seres vivos y la necesidad de preservar los tesoros de la tierra para las generaciones futuras.
Con el corazón lleno de gratitud, Nahuel prometió a Antú que compartiría su sabiduría con su pueblo y que trabajarían juntos para proteger el tesoro de la montaña.
Desde aquel día, Nahuel regresó a su comunidad con un espíritu renovado, enseñando a su gente las lecciones de Antú. Juntos, trabajaron para preservar la tierra, respetando la magia que yacía en cada rincón, y asegurándose de que el oro de la montaña permaneciera protegido para siempre.
La leyenda de Antú y Nahuel se extendió por toda la región y se convirtió en un símbolo de sabiduría, respeto y amor por la naturaleza.
FIN.