El Tesoro de Cristel
Anya era una niña que vivía en un barrio común, iba a la escuela, jugaba con sus amigos y soñaba con ser artista. Cada día era igual para ella, hasta que un día conoció a Cristel, una niña que tenía una discapacidad que la hacía usar una silla de ruedas. Aunque al principio Anya no sabía cómo acercarse a ella, pronto se dio cuenta de que Cristel era diferente de lo que ella imaginaba.
Una mañana en el parque, Anya estaba dibujando cuando escuchó una risa melodiosa. Giró y vio a Cristel jugando con su perro en el borde del sendero.
"¡Hola! Soy Anya, ¿quieres ser mi amiga?" - preguntó Anya, un poco tímida.
"¡Claro! Soy Cristel, ¿te gusta dibujar?" - respondió Cristel, con una gran sonrisa.
A partir de ese momento, Anya y Cristel se hicieron inseparables. Anya aprendió que los días soleados podían ser aún más brillantes cuando estaba con Cristel. A veces, Cristel organizaba juegos en su silla de ruedas que incluían a todos los niños del parque.
"¿Cómo haces para que todo parezca tan divertido?" - le preguntó Anya una tarde.
"La diversión está en la imaginación, no en las piernas," - explicó Cristel. "Puedo viajar a cualquier lugar en mi mente y compartirlo con mis amigos."
Un día, Cristel propuso una idea genial. Quería organizar una carrera de sillas de ruedas en el parque. Anya, al principio, se mostró dudosa. No sabía si todos los niños querrían participar. Pero Cristel le dijo:
"Si todos me ven divertirme, estoy segura de que se unirán. Tu siempre dibujas, ¿por qué no dibujas un cartel?"
Anya se sintió inspirada y puso manos a la obra. Hizo un cartel colorido que decía “¡Gran Carrera Divertida! ” y lo pegó en el árbol más grande del parque. Al principio, algunos niños se acercaron curiosos, pero después de ver a Cristel sonreír, muchos se unieron a la idea.
"¡Yo quiero participar!" - gritaba uno de sus amigos.
El día de la carrera, el parque estaba lleno de risas y colores. Había niños en bicicletas, otros corriendo y, por supuesto, Cristel en su silla de ruedas liderando la carrera. Anya se convirtió en la animadora del evento, dirigiendo a todos y agitando una bandera.
Mientras la carrera avanzaba, Cristel empezó a avanzar lentamente, pero nunca perdió su sonrisa.
"Voy a ganar, Anya!" - decía entre risas.
Al final de la carrera, sí, Cristel no llegó la primera, pero eso no importó. Todos aplaudieron su valentía y alegría. Cristel dijo:
"Lo importante no es llegar primero, sino disfrutar del camino."
Fue un gran éxito. Los niños aprendieron a apreciarse unos a otros, sin importar sus diferencias. Desde aquel día, Cristel siguió inspirando a Anya con su actitud hacia la vida.
Un sábado, mientras dibujaban juntas, Anya le preguntó:
"¿Qué es lo que más te gusta hacer?"
"Compartir momentos con mis amigos,” - respondió Cristel. - “Cada día es una aventura, y lo que importa es vivirlo a pleno."
Anya comprendió que había mucho más en la vida que sus rutinas diarias, y su amistad con Cristel le abrió los ojos a la belleza del mundo. No necesitaba ser perfecta para ser feliz, y lo lindo de la vida estaba en las pequeñas cosas y en las personas que nos rodeaban.
Juntas, siguieron organizando más eventos, juegos y actividades que involucraban a todos los niños del barrio, y así crearon un lugar donde todos eran bienvenidos y se sentían apreciados, sin importar cómo fueran.
Con el tiempo, Anya se dio cuenta de que la verdadera belleza de la vida estaba en aprender, compartir y disfrutar cada momento al lado de sus seres queridos. La lección más importante que recibió de Cristel fue que ser feliz es una elección que todos pueden hacer, sin importar su situación. Y así, cada día era una nueva aventura llena de risas, creatividad y amor.
Y así, la vida de Anya, que antes parecía ordinaria, se convirtió en un emocionante viaje junto a su amiga Cristel, quien la enseñó a vivir con intensidad y alegría.
FIN.