El tesoro de Iballa


Había una vez una pequeña bebé llamada Iballa, que vivía en un hermoso lugar rodeado de montañas y ríos. Iballa era muy feliz junto a sus papás, quienes la amaban con todo su corazón.

A Iballa le encantaba jugar con su mamá y su papá. Pasaban horas riendo y divirtiéndose juntos. Pero había algo que a la pequeña le fascinaba aún más: los viajes.

Cada vez que veía una maleta o escuchaba hablar sobre ir a algún lugar nuevo, sus ojitos se iluminaban de emoción. Un día, mientras Iballa jugaba en el jardín con sus juguetes favoritos, Mamá llegó corriendo con una gran noticia. -¡Iballa! -exclamó emocionada-.

¡Vamos a hacer un viaje muy especial! La bebé saltó de alegría y abrazó a su mamá con todas sus fuerzas. -¡Ohh! ¡Viajar es lo mejor del mundo! ¿A dónde iremos? Papá apareció detrás de ellos sonriendo ampliamente.

-Iremos a visitar la casa de tus abuelos en el campo -dijo Papá-. Es un lugar maravilloso lleno de árboles frutales y animales divertidos. Iballa no podía contener la emoción. Aquel viaje prometía ser increíble.

Mamá comenzó a empacar las cosas necesarias para el viaje mientras Papá preparaba el auto. Finalmente, llegó el esperado día del viaje. La familia subió al auto y emprendieron camino hacia el campo. Iballa iba sentada en su silla de bebé, mirando por la ventana y disfrutando del paisaje.

Después de un largo viaje, llegaron a la casa de los abuelos. El lugar era tan hermoso como lo habían descrito. Iballa se encontraba rodeada de árboles frutales y animales curiosos que nunca había visto antes.

Los días pasaban rápidamente y la pequeña bebé se divertía sin parar. Jugaba con las gallinas, alimentaba a los conejos y hasta montó en el caballo del abuelo. Un día, mientras exploraban el bosque cercano, Papá y Mamá notaron algo extraño.

Había rastros de huellas en el suelo que no reconocían. -¿Qué crees que sea? -preguntó Mamá preocupada. -No estoy seguro -respondió Papá-. Pero creo que deberíamos investigar para asegurarnos de que estemos seguros aquí.

Decidieron seguir las huellas hasta llegar a una cueva escondida entre los árboles. Con mucho cuidado, entraron dentro de ella y descubrieron una sorpresa increíble: ¡era un tesoro lleno de joyas brillantes! Iballa estaba fascinada con las joyas resplandecientes.

Pero sus papás le explicaron que ese tesoro no les pertenecía y debían buscar al dueño para devolvérselo. Juntos, comenzaron a investigar quién podría ser el dueño del tesoro perdido.

Preguntaron a los vecinos del campo e investigaron en libros antiguos hasta dar con una pista importante: el dueño era un pirata que había enterrado su tesoro en ese lugar muchos años atrás. Con la ayuda de los vecinos, Iballa y sus papás lograron encontrar al descendiente del pirata.

Era un anciano llamado Don Ramón, quien no podía creer que el tesoro perdido hubiera sido encontrado. Don Ramón les agradeció profundamente y les explicó que aquel tesoro tenía un gran valor sentimental para él.

Les contó historias maravillosas sobre su vida como pirata y cómo había decidido esconderlo para mantenerlo a salvo. Iballa aprendió una importante lección: el valor de la honestidad y la importancia de ayudar a los demás.

Aquel viaje se convirtió en una aventura llena de aprendizajes y nuevos amigos. Y así, Iballa regresó junto a sus abuelos con el corazón lleno de alegría y recuerdos inolvidables. Siempre recordaría aquel viaje especial donde descubrió la importancia de hacer lo correcto y ser valiente ante las adversidades.

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