El tesoro de la amistad
Había una vez en la calle-calle, dos amigos llamados Helena y Aramis. Ellos vivían en la calle, pero no se sentían tristes ni solos.
Aunque no tenían un hogar como los demás niños, siempre encontraban formas de ser felices. Un día soleado, mientras caminaban por la ciudad, Helena vio algo brillante en el suelo. Se agachó y descubrió que era una moneda de oro.
¡Estaba tan emocionada! Corrió hacia Aramis y le mostró lo que había encontrado. "¡Mira Aramis! ¡Encontré una moneda de oro! Podemos comprar muchas cosas con esto", exclamó Helena emocionada. Aramis sonrió y dijo: "Eso es genial, Helena.
Pero ¿sabes qué? En lugar de gastarlo todo para nosotros mismos, podríamos usarlo para ayudar a otras personas". Helena pensó por un momento y luego asintió con entusiasmo: "Tienes razón, Aramis. Sería maravilloso poder ayudar a alguien que lo necesite". Decidieron buscar a alguien que realmente necesitara ayuda.
Caminaron por las calles buscando a alguien menos afortunado que ellos. Fue entonces cuando vieron a un anciano sentado en un banco solitario del parque. El anciano parecía triste y cansado.
Sin dudarlo, Helena se acercó a él y le preguntó si necesitaba algo o si podían hacer algo por él. El anciano miró sorprendido a los dos amigos y respondió: "No tengo nada más que mi soledad aquí en este banco".
Helena y Aramis le contaron sobre la moneda de oro que habían encontrado y cómo querían usarla para ayudar a alguien. El anciano se emocionó mucho y les dijo: "Lo único que deseo es tener compañía, alguien con quien hablar y compartir mi tiempo".
Helena y Aramis sonrieron y le dijeron al anciano: "Nosotros podemos ser tus amigos, pasar tiempo contigo, jugar juntos y hacer que te sientas feliz". Desde ese día, Helena, Aramis y el anciano se convirtieron en los mejores amigos.
Pasaban sus días jugando en el parque, riendo juntos e incluso compartiendo comida. A medida que pasaba el tiempo, más personas comenzaron a notar la amistad entre Helena, Aramis y el anciano. Muchos otros niños de la calle-calle se unieron a ellos para jugar.
La historia de Helena, Aramis y el anciano se extendió por toda la ciudad. La gente comenzó a donar comida, ropa y juguetes para todos los niños de la calle-calle.
Gracias a su generosidad y amabilidad hacia los demás, Helena y Aramis lograron crear una gran comunidad donde todos podían jugar juntos sin importar su situación.
Y así fue como Helena aprendió que no importa cuánto tengamos o dónde vivamos; lo más importante es tener amor en nuestros corazones para compartir con los demás. Desde aquel día en adelante, Helena siempre recordaría esa valiosa lección: ayudar a los demás nos hace felices a nosotros también.
Y aunque todavía vivieran en la calle-calle, sabían que tenían algo muy especial: una amistad inquebrantable llena de alegría y juegos. Y así, Helena, Aramis y sus amigos continuaron creando momentos felices en la calle-calle, donde el viento despeinaba y el barro salpicaba, pero donde siempre había tiempo para jugar.
FIN.