El tesoro de la amistad


Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, una niña llamada Dory Yaretzi. Dory era una niña muy especial, siempre tenía mil cosas que contar y nunca se cansaba de hablar.

Era tan conversadora que hasta los pajaritos del vecindario la escuchaban atentamente. Dory también era un poco desordenada. Su habitación parecía un verdadero caos, con juguetes esparcidos por todos lados y ropa tirada por el suelo.

Pero a pesar de eso, siempre lucía impecablemente vestida. A ella le encantaba elegir sus propios atuendos y combinaba colores y estilos de manera única.

Un día, mientras Dory jugaba en el parque con su prima Sara Sofia, encontraron algo muy especial cerca del estanque: ¡un mapa del tesoro! Estaban emocionadas y decidieron seguir las pistas para encontrar el tesoro escondido. -¡Vamos a ser las mejores cazadoras de tesoros del mundo! -exclamó Dory emocionada. Las dos niñas comenzaron a seguir las indicaciones del mapa.

Caminaron por senderos llenos de flores silvestres y atravesaron arroyuelos cristalinos. El sol brillaba intensamente sobre ellas mientras reían y saltaban de emoción. Pero conforme avanzaban en la búsqueda, las pistas se volvían más difíciles de descifrar.

Las chicas se encontraron frente a un gran árbol con varias ramas entrelazadas. -¡Ay no! ¿Cómo vamos a pasar ahora? -dijo Sara Sofia preocupada. Dory observó detenidamente el árbol durante unos segundos y luego sonrió.

-Tengo una idea, esperame un momento -dijo Dory mientras se quitaba su chaleco y lo lanzaba hacia las ramas más altas del árbol. El chaleco quedó enganchado en una rama y creó una especie de puente improvisado para que las niñas pudieran cruzar sin problemas.

Sara Sofia miró a Dory asombrada. -¡Eres increíble, Dory! Siempre tienes soluciones creativas para todo. Las chicas continuaron su aventura y finalmente llegaron al lugar indicado en el mapa: debajo de un viejo roble centenario.

Excavaron con sus manos y encontraron un cofre lleno de monedas doradas y joyas brillantes. Estaban emocionadas por haber encontrado el tesoro perdido.

Mientras regresaban a casa, cargando el cofre entre las dos, Dory se dio cuenta de algo importante: aunque había sido ella quien había tomado la iniciativa de seguir el mapa del tesoro, no hubiera podido hacerlo sin la ayuda y compañía de Sara Sofia. -Sara Sofia, gracias por ser mi compañera en esta gran aventura.

Sin ti, no habría sido tan divertido ni emocionante -dijo Dory con gratitud. Sara Sofia sonrió y abrazó a su prima cariñosamente. -Gracias a ti también, Dory. Juntas somos imparables.

Desde ese día, Dory aprendió que aunque le encantaba hablar mucho y ser el centro de atención, también era importante escuchar a los demás y valorar sus ideas. Aprendió que la amistad verdadera es como encontrar un tesoro valioso; hay que cuidarlo y apreciarlo todos los días.

Y así, Dory Yaretzi y Sara Sofia siguieron viviendo grandes aventuras juntas, compartiendo risas, secretos y momentos inolvidables. Siempre recordaron aquel día en el que encontraron un tesoro, pero lo más valioso que descubrieron fue la importancia de tener una amiga de verdad.

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