El tesoro de la amistad
En un barrio humilde de Buenos Aires, vivían tres amigos inseparables: Jesús, Miguel y Tomás.
A pesar de las dificultades económicas que enfrentaban sus familias, los tres niños encontraban la manera de divertirse y ser felices con lo poco que tenían. Un día, mientras jugaban en la plaza del barrio, decidieron organizar un campeonato de trompos. Jesús era el experto en ese juego y siempre lograba hacer girar su trompo durante mucho tiempo sin que se cayera.
Todos los chicos del barrio lo admiraban por su habilidad. "¡Vamos a ver quién puede hacer girar su trompo por más tiempo!", exclamó Jesús emocionado. Los niños formaron un círculo alrededor de Jesús y comenzaron a lanzar sus trompos.
Uno a uno fueron cayendo hasta que solo quedaron dos: el de Jesús y el de Pablo, otro niño del barrio conocido por ser muy bueno en este juego.
El silencio invadió la plaza mientras los dos trompos seguían girando sin detenerse. Finalmente, el trompo de Pablo se tambaleó y cayó al suelo antes que el de Jesús. "¡Gané!", gritó Jesús con alegría, levantando su brazo en señal de victoria.
Todos los niños aplaudieron y felicitaron a Jesús por su merecida victoria. Incluso Pablo reconoció la habilidad de su amigo con una sonrisa sincera. Después del campeonato de trompos, decidieron jugar una partida de canicas. Esta vez era Miguel quien brillaba en este juego.
Con una puntería impecable, lograba sacar las canicas del círculo con precisión milimétrica. "¡Miren cómo hago esta jugada!", exclamaba Miguel cada vez que lograba sacar varias canicas con un solo tiro.
Los chicos disfrutaban cada momento juntos, riendo y compartiendo anécdotas mientras jugaban. La amistad entre ellos era tan fuerte como indestructible, superando cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.
Al final del día, cuando el sol comenzaba a esconderse en el horizonte, los tres amigos se sentaron en un banco de la plaza para descansar después de tanto jugar. "¿Saben qué?", dijo Tomás con entusiasmo, "Aunque no tengamos muchas cosas materiales, somos ricos en amistad y diversión". Jesús asintió con una sonrisa y agregó: "Exactamente.
Lo importante no son las cosas que tenemos, sino las experiencias compartidas y los momentos inolvidables que creamos juntos".
Los tres amigos se abrazaron entonces con complicidad; sabían que tenían algo especial e invaluable: una amistad verdadera capaz de superar cualquier adversidad. Y así continuaron jugando juntos, disfrutando cada instante como si fuera único e irrepetible.
FIN.