El tesoro de la amistad
Había una vez, en un frondoso bosque, tres ardillas llamadas Pancho, Lola y Tito. Un día, se despertaron con un hambre feroz y decidieron salir en busca de comida.
Recorrieron cada rincón del bosque, saltando de árbol en árbol, revisando cada arbusto y cada piedra, pero no encontraban ni una sola nuez o fruto para saciar su apetito. "Estoy tan hambriento que hasta las ramitas me parecen tentadoras", dijo Pancho con tristeza.
"No podemos rendirnos, debemos seguir buscando", animó Lola. "Tal vez podríamos encontrar algo más allá del arroyo", sugirió Tito señalando hacia adelante. Las ardillas se adentraron aún más en el bosque hasta que finalmente llegaron a una cueva misteriosa y abandonada.
Intrigados por lo desconocido, decidieron explorarla con cautela. Dentro de la cueva encontraron un brillo tenue proveniente de una esquina. Se acercaron lentamente y descubrieron un montón de bellotas doradas brillantes.
"¡Miren esto! ¡Es un tesoro!", exclamó Pancho emocionado. "¡Qué suerte la nuestra! Parece que nuestra perseverancia dio sus frutos", dijo Lola contenta. "Ahora podremos comer hasta llenarnos", celebró Tito dando saltos de alegría.
Pero justo cuando estaban a punto de empezar a comer las bellotas doradas, escucharon un débil llanto proveniente de otra parte de la cueva. Intrigados, siguieron el sonido y encontraron a una pequeña cría de mapache atrapada entre unas rocas. La criatura temblaba del miedo y tenía hambre.
Sin dudarlo ni un segundo, las ardillas trabajaron juntas para liberar al mapachito y le ofrecieron algunas bellotas para que comiera. "Gracias por salvarme. Pensé que nunca saldría vivo de aquí", dijo el mapachito entre sollozos.
"No te preocupes amigo, estamos aquí para ayudarte", consoló Lola con ternura. "Nunca es tarde para hacer una buena acción", agregó Pancho sonriendo. Juntos salieron de la cueva y compartieron las bellotas doradas entre todos.
La amistad que nació entre ellos ese día perduraría para siempre. Desde entonces, Pancho, Lola, Tito y el pequeño mapache se convirtieron en inseparables compañeros de aventuras en el bosque.
Y así aprendieron que la verdadera riqueza no está en los tesoros materiales sino en los actos generosos hacia los demás. Y aunque aquel día encontraron comida inesperada dentro de la cueva abandonada, lo más valioso que hallaron fue la amistad y el espíritu solidario que les uniría por siempre jamás.
FIN.