El Tesoro de la Amistad
Había una vez en un barrio elegante de Buenos Aires, un niño llamado Lucas que vivía en una mansión enorme. Tenía juguetes de todos los tipos, una piscina, y diariamente disfrutaba de las delicias que le preparaba su chef. Sin embargo, Lucas no valoraba nada de lo que tenía. Siempre quería más y se quejaba de que nada era lo suficientemente bueno.
Un día, mientras jugaba en su jardín, se encontró con un niño que nunca había visto antes. Se llamaba Mateo y vivía en un barrio más humilde. Mateo estaba recolectando flores para hacer un ramo y, al ver a Lucas jugar, se acercó con una sonrisa.
"Hola, soy Mateo. ¿Querés jugar?" - dijo entusiasmado.
"¿Jugar? ¿Con qué? No tengo tiempo. Estoy muy aburrido" - respondió Lucas con un gesto de desdén.
Mateo miró a su alrededor y vio todos los juguetes que Lucas tenía.
"Pero tenés un montón de cosas. ¿Por qué no las usas?" - preguntó Mateo, un poco sorprendido.
"Porque siempre quiero algo nuevo. ¡Nada me hace feliz!" - contestó Lucas mientras se dejaba caer en el césped.
Mateo pensó que quizás el problema de Lucas era que no sabía lo que era jugar con lo simple. Entonces hizo algo inesperado.
"Te apuesto a que puedo hacer un juego más divertido que lo que tenés en tu mansión. ¿Te animás?" - sugirió Mateo, sonriéndole.
Lucas lo miró con curiosidad.
"¿De qué se trata?" - inquirió.
Mateo comenzó a explicar su idea.
"Vamos a jugar a la búsqueda del tesoro. Voy a esconder algunas cosas por el jardín y vos tenés que encontrarlas. Pero hay un truco: no son juguetes, son cosas sencillas que encuentro, como hojas, piedras y ramitas. ¿Te parece?" - propuso.
"¿Hojas? ¿Piedras? ¡Eso suena aburrido!" - refunfuñó Lucas.
Pero decidió aceptar la propuesta. Mateo escondió los objetos y luego Lucas comenzó a buscarlos. Al principio, se sentía desinteresado, hasta que se dio cuenta de que cada objeto tenía una historia. Las hojas tenían diferentes formas y colores, las piedras eran de distintas texturas. Lucas comenzó a disfrutarlo.
"Mirá esta hoja, parece una mariposa. ¡Es hermosa!" - exclamó Lucas, lleno de emoción.
"¿Ves? Hay un tesoro en lo simple. A veces, lo que más vale no se encuentra en los juguetes, sino en el mundo que nos rodea" - explicó Mateo.
Lucas se dio cuenta de que nunca antes había mirado su jardín de esa manera. Después de un rato, todas las cosas que había encontrado empezaron a parecerle valiosas.
"No puedo creer que haya disfrutado tanto..." - dijo Lucas, reflexionando.
"Siempre podemos encontrar alegría si miramos bien. A veces lo simple es más especial" - agregó Mateo.
Desde ese día, Lucas y Mateo se hicieron grandes amigos. Lucas invitó a Mateo a su mansión y juntos comenzaron a jugar con los juguetes, pero también disfrutaban de aventuras al aire libre, recolectando cosas simples.
Un día, Lucas decidió hacer una gran fiesta y invitó a todos sus amigos. En lugar de darle como regalo a Mateo algo material, le preparó una canasta con diferentes cosas que recolectaron juntos en sus paseos.
"Te traje algo, Mateo. Me hizo dar cuenta de lo que realmente importa" - le dijo Lucas, mirándolo a los ojos.
Mateo sonrió, sorprendido.
"Pero, Lucas, este regalo es diferente. ¿Por qué decidiste darme esto?" - preguntó.
"Porque ahora sé que lo que más vale no son las cosas, sino los momentos que pasamos juntos" - contestó Lucas, sintiéndose orgulloso de lo que había aprendido.
La fiesta fue un éxito, y todos disfrutaron no solo de los juguetes, sino también de juegos al aire libre, creando recuerdos que atesorarían para siempre. Lucas había descubierto que la verdadera riqueza estaba en la amistad y en apreciar las cosas simples de la vida.
Y así, entre risas y juegos, los dos amigos demostraron que, sin importar la situación económica, lo que realmente importa es la conexión que tenemos con los demás y la capacidad de disfrutar de lo sencillo. Desde entonces, Lucas nunca volvió a quejarse y siempre buscaba maneras de jugar con su amigo Mateo al aire libre.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.