El Tesoro de la Amistad



Había una vez, en un pequeño barrio de Buenos Aires, una niña llamada Alma. Desde que tenía uso de razón, Alma soñaba con tener una mejor amiga con quien jugar, compartir secretos y vivir grandes aventuras. A veces, se sentaba en su ventana y miraba a las demás niñas jugar en el parque, deseando encontrar a alguien especial con quien conectarse.

Un día, mientras Almita jugaba en su habitación, su mamá le anunció algo importante.

"Alma, tengo una sorpresa para vos."

"¿Qué es, mamá?"

"Tendrás una hermanita. Nacerá muy pronto".

Alma se sintió un poco confundida. Ella siempre había soñado con tener una mejor amiga, no una hermana. ¿Podría su hermana convertirse en su mejor amiga?

Unos meses después, su hermana Sofía llegó al mundo. Desde el primer momento, Alma sintió una mezcla de alegría y celos. Mientras su mamá cuidaba a Sofía, Alma se preguntaba:

"¿Acaso mi hermana me robará la atención que siempre quise?"

Y así, Alma pasó los días observando a su pequeña hermana, siendo parte de la vida familiar, pero sintiéndose un poco sola.

Algunos años pasaron, y Alma se dio cuenta de que Sofía, cada vez más grande, también se divertía con los juguetes de Almita. Un día, mientras jugaba sola en su habitación, escuchó una risa que provenía del pasillo. Salió a investigar y encontró a Sofía riéndose al intentar armar un rompecabezas.

"¿Puedo ayudarte, Sofía?"

"¡Sí!" exclamó la más pequeña, iluminando la habitación con su sonrisa.

Un poco dudosa, Alma se unió a su hermana y juntas lograron armar el rompecabezas más rápido de lo que Alma pensaba.

"¡Miralo, Alma! ¡Lo hicimos!"

La alegría fue tan grande que Alma sintió que su corazón se llenaba de luz.

Días después, mientras jugaban juntas en el parque, Alma notó que Sofía tenía la habilidad de hacerla reír.

"Mirá, Almita, ¡soy una astronauta!" dijo Sofía con una caja de cartón en la cabeza.

"¡Vas a llegar a la luna!" rió Alma, dándose cuenta de lo divertido que era compartir esos momentos con su hermana.

Sin embargo, los juegos entre ambas no siempre fueron color de rosa. Una tarde, mientras jugaban a las escondidas, Sofía se escondió tan bien que no pudo encontrarla. Después de buscarla por toda la casa, Alma se desesperó y comenzó a llorar.

"¡Sofía! ¡Sofía! ¿Dónde estás?"

Sofía finalmente salió de su escondite, riendo a carcajadas.

"¡Aquí! ¡Te asustaste!"

"No es gracioso, Sofía. Me asusté de verdad. Necesitamos comunicarnos mejor cuando jugamos", dijo Alma, un poco ofendida.

"Tenés razón, perdón. Haré lo que vos digas… siempre que me dejes se la astronauta", respondió Sofía.

Así, Alma comenzó a entender que las amistades también requieren de comunicación y respeto. Juntas, disfrutaron de más aventuras, desde construir fuertes de almohadas hasta crear un club secreto donde cada una prometía ayudar a la otra a cumplir sus sueños.

Un día, mientras exploraban en el jardín, Alma encontró un tesoro escondido bajo un arbusto: una caja llena de cuentas de colores.

"¡Mirá, Sofía! ¡Un tesoro!"

Alma decidió hacer pulseras para ambas y compartir su hallazgo.

"Haremos pulseras de la amistad. ¡Tendremos un tesoro que nos unirá siempre!"

"¡Sí!" Sofía sonrió, con sus ojos brillando de felicidad.

El tiempo pasó, y Alma comprendió que su mejor amiga siempre había estado a su lado. Juntas aprendieron a compartir, crear reglas para sus juegos y, sobre todo, a cuidar y proteger su amistad. Alma se dio cuenta de que a veces lo que uno sueña puede ser aún mejor de lo que uno imagina, sólo hay que aprender a mirar y valorar lo que se tiene.

Y así, cada vez que el sol brillaba en el cielo, Alma y Sofía jugaban, reían y se prometían que serian siempre las mejores amigas, unidas por el tesoro más grande de todos: el amor en la familia.

Fin.

FIN.

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