El Tesoro de la Amistad


Había una vez una niña llamada Alma que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Alma era una niña muy curiosa y siempre estaba buscando nuevas aventuras para embarcarse.

Un día, mientras jugaba en el jardín, sus padres le dieron una gran noticia. "-Alma, tenemos algo emocionante para contarte", dijo su mamá con una sonrisa. "-¿Qué es, mamá?" preguntó Alma con entusiasmo. "-Vas a tener una prima", respondió su papá emocionado.

Alma saltó de alegría y comenzó a imaginar todas las cosas divertidas que podría hacer con su nueva prima. Se imaginaba jugando en el parque, construyendo castillos de arena en la playa y compartiendo secretos antes de dormir.

Los días pasaron y finalmente llegó el esperado día. Alma fue al hospital junto a sus padres para conocer a su nueva prima. Cuando entraron a la habitación, vieron a la mamá de Alma sosteniendo un hermoso bebé envuelto en una manta rosa.

"-¡Es tan linda!" exclamó Alma mientras acariciaba delicadamente la mejilla del bebé. La pequeña prima se llamaba Lola y desde ese momento, Alma supo que serían grandes amigas. A medida que Lola crecía, las dos primas se volvieron inseparables.

Juntas exploraban cada rincón del pueblo: subían árboles altos, recogían flores silvestres y perseguían mariposas por los prados verdes. Un día soleado, cuando ya eran más grandes, decidieron irse de excursión hacia las montañas.

Empacaron algunas meriendas y se pusieron sus botas de montaña. Mientras caminaban, Alma notó que Lola estaba un poco cansada. "-¿Estás bien, Lola?" preguntó preocupada. "-Sí, solo estoy un poco agotada", respondió Lola con una sonrisa débil.

Alma sabía que debían encontrar un lugar para descansar, así que buscaron una sombra fresca cerca de un arroyo cristalino. Mientras descansaban, Alma tuvo una idea brillante.

"-Lola, ¿qué tal si jugamos a ser exploradoras? Podemos buscar tesoros escondidos en estas montañas", sugirió Alma emocionada. Lola se animó y juntas comenzaron a explorar cada rincón de las montañas. Escalaron rocas altas, cruzaron puentes colgantes y encontraron cuevas secretas llenas de sorpresas.

A medida que avanzaban, la energía de Lola parecía aumentar y su sonrisa volvía a brillar como siempre. Después de horas explorando, encontraron un antiguo mapa dibujado en una vieja piedra. El mapa indicaba la ubicación de un tesoro escondido en lo más alto de la montaña.

Sin dudarlo, subieron empinadas pendientes hasta llegar al punto marcado en el mapa. Cuando llegaron a la cima, se quedaron sin aliento ante la vista espectacular: había una cascada cristalina rodeada de flores multicolores y justo debajo había un cofre dorado esperándolas.

Con emoción palpable en el aire, abrieron el cofre para revelar su contenido: era una carta escrita por sus padres. La carta decía lo orgullosos que estaban de ellas y cómo su amor incondicional las acompañaría siempre.

Alma y Lola se abrazaron emocionadas, sabiendo que tenían un tesoro más valioso que cualquier riqueza material: el amor de sus familias.

Desde ese día, Alma y Lola siguieron explorando juntas, pero ahora también llevaban consigo el recuerdo de aquel tesoro encontrado en la montaña. Aprendieron que no importa cuán cansadas o desanimadas se sintieran, siempre podrían encontrar fuerzas dentro de sí mismas y en el amor que compartían como primas.

Y así, Alma y Lola crecieron rodeadas de aventuras y amistad, recordando siempre la importancia del amor y la complicidad entre familiares.

Su historia se convirtió en una inspiración para todos los niños del pueblo, quienes aprendieron a valorar las relaciones familiares como un verdadero tesoro en sus vidas.

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