El tesoro de la amistad


Había una vez un joven llamado Cristian que vivía en una pequeña casa en el barrio de San Telmo. A pesar de ser joven, su espalda le dolía constantemente y tenía problemas para dormir.

Sin embargo, había algo que lo hacía feliz: la lectura. Cristian disfrutaba sumergirse en las páginas de los libros y dejarse llevar por historias fantásticas y emocionantes.

Además, era un apasionado escritor de poemas y llevaba un diario donde anotaba todo lo que le sucedía durante el día. Pero a pesar de sus pasatiempos, Cristian tenía dificultades económicas. No le quedaba dinero para comprar comida todos los días y siempre se acostaba con hambre en el estómago.

Un día, mientras caminaba por la calle buscando algo para comer, se encontró con un anciano sentado en un banco. El hombre parecía triste y solitario, así que Cristian decidió acercarse a él. "Hola señor ¿Cómo está?" preguntó Cristian amablemente.

"No muy bien" respondió el anciano "Estoy solo aquí sentado sin nada que hacer".

"Yo también estoy solo pero tengo mi libro favorito conmigo" dijo Cristian sacando su libro del bolsillo "¿Quieres leerlo conmigo?"El anciano sonrió agradecido y juntos comenzaron a leer el libro. Después de algunas horas leyendo juntos, el anciano se despidió emocionado y agradecido por haber encontrado compañía. Esa noche, cuando Cristian regresó a casa, encontró una carta debajo de la puerta.

Era del anciano al que había conocido esa tarde y decía: "Gracias por hacerme sentir acompañado hoy. Quiero recompensarte por tu bondad invitándote a cenar mañana en mi casa". Cristian no podía creerlo, estaba emocionado y feliz.

La cena fue maravillosa, el anciano preparó una comida deliciosa y compartieron historias y anécdotas juntos. Desde ese día, el anciano se convirtió en un amigo cercano de Cristian.

Le enseñó a cultivar su propio huerto en la terraza de su casa para que pudiera tener alimentos frescos todos los días. Además, le dio trabajo como ayudante en su tienda de antigüedades.

Con el tiempo, Cristian se recuperó de sus dolores de espalda gracias al trabajo físico del huerto y mejoró su economía con el empleo en la tienda del anciano. Pero lo más importante es que aprendió una gran lección sobre amistad y generosidad.

A partir de entonces, Cristian nunca más se sintió solo ni hambriento porque tenía amigos verdaderos que lo apoyaban siempre. Y aunque todavía tenía problemas para dormir algunas noches, sabía que siempre habría alguien dispuesto a escucharlo si necesitaba hablar o escribir algo nuevo en su diario.

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