El Tesoro de la Amistad en el Alto de la Mina



Era un día soleado en el Alto de la Mina, donde los niños solían jugar y correr por los alrededores mientras su mamá, Sara, los vigilaba desde la cabaña. Un día, dos amigos, Eillen y Maicol, decidieron visitar a los niños para pasar un rato divertido.

"¡Hola, chicos!", saludó Eillen con una gran sonrisa.

"Hola, Eillen, hola, Maicol!", gritaron los niños al unísono, llenos de alegría.

Sara salió de la cabaña con una sonrisa por ver a los amigos de sus hijos.

"¿Qué planes tienen hoy, chicos?", preguntó Sara.

"Queremos jugar con los niños y contarles una historia de tesoros ocultos", respondió Maicol emocionado.

Los niños se acercaron a escuchar lo que Maicol tenía para contar. Se sentaron en un círculo en el césped, con los ojos brillantes de anticipación.

"Había una vez, en un lugar muy lejano, un tesoro escondido que solo podía ser encontrado por aquellos que eran verdaderos amigos", comenzó Maicol. Cada niño se acomodó, listo para escuchar cada palabra.

Eillen, viendo el entusiasmo, decidió participar: "Pero para encontrar el tesoro, deben cumplir algunas misiones", dijo, guiñando un ojo.

"¡Sí! ¡Misión!", gritaron los niños, llenos de emoción.

"La primera misión es buscar piedras de diferentes colores en el campo. Cada color representa una cualidad de la amistad: rojo por la valentía, azul por la confianza, amarillo por la alegría y verde por el respeto", explicó Eillen.

Los niños se dispersaron por el campo, riendo y recogiendo piedras. Un niño llamado Tomás se sintió un poco triste al no encontrar muchas piedras.

"¿Por qué no me ayudas, Eillen?", dijo Tomás, mirando al suelo.

"Claro, Tomás. ¡Vamos a buscar juntos!", respondió Eillen.

Juntos encontraron muchas piedras y el rostro de Tomás se iluminó con una sonrisa. Mientras tanto, Maicol ayudaba a otro grupo de niños a encontrar las piedras.

"¡Miren cuántas encontramos!", gritó una niña llamada Sofía, mostrando su colección. Todos estaban felices y habían trabajado juntos.

Una vez reunidos, Eillen y Maicol contaron a los niños sobre cada piedra y lo que representaba.

"Ahora tenemos que hacer una segunda misión", dijo Maicol.

"Necesitamos hacer un dibujo gigante en la tierra usando nuestras piedras. Cada uno puede colocar su piedra en el lugar que elija", propuso Eillen.

Los niños se pusieron manos a la obra y crearon un hermoso mural con las piedras. A medida que trabajaban, comenzaron a hablar entre ellos sobre por qué cada cualidad de la amistad era valiosa.

"La valentía es dar la cara por un amigo", dijo Tomás, orgulloso de su descubrimiento.

"Y la alegría es reír con ellos en los buenos momentos", agregó Sofía.

Cuando terminaron, se sentaron alrededor del dibujo, disfrutando de su obra. Pero cuando miraron al cielo, vieron que se estaban formando nubes oscuras.

"¡Oh no, parece que va a llover!", exclamó Maicol.

"No podemos dejar que el mural se moje", dijo Eillen.

Rápidamente, Sara sugirió: "Vamos a cubrirlo con hojas grandes que hay cerca de la cabaña. ¡Así lo protegeremos!"

Todos corrieron a buscar hojas y trabajaron en equipo para cubrir su mural. Aunque el cielo se oscurecía y la lluvia comenzaba a caer, los niños no dejaron que eso arruinara su día. Se reían y jugaban mientras aseguraban su creación.

"¡Lo logramos!", gritó Sofía, mientras colocaba la última hoja.

"Ahora vamos a la cabaña a refugiarnos de la lluvia y a disfrutar de unas galletitas que trajo Sara", propuso Maicol.

Una vez en la cabaña, con la lluvia suave de fondo, Sara les sirvió galletas y chocolatada. Los niños estaban felices, compartiendo su tarde, hablando de su mural y lo que habían aprendido sobre la amistad.

"Gracias por venir, chicos. Hicimos un gran trabajo juntos", dijo Tomás, mirando a Eillen y Maicol.

"¡Sí! Y no solo tenemos un mural de colores, sino que hemos hecho nuevos amigos", agregó Sofía.

Eillen y Maicol se miraron y sonrieron, sintiendo una inmensa alegría en sus corazones. La lluvia afuera caía, pero dentro de la cabaña, el calor de la amistad mantenía a todos contentos y unidos.

Esa tarde, mientras escuchaban las historias de Sara, los niños comprendieron que el verdadero tesoro no eran solo las piedras y el mural, sino los momentos y la amistad que habían creado juntos. Y así, el alto de la mina se llenó de risas y promesas de volverse a encontrar, porque sabían que la amistad era el tesoro más valioso de todos.

FIN.

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