El tesoro de la amistad en el bosque encantado



Había una vez en un bosque encantado, una ardillita llamada Lola, que siempre quería hacer todo por sí misma y nunca aceptaba la ayuda de nadie. Lola era muy independiente y pensaba que podía resolverlo todo sola.

Un día, mientras trataba de alcanzar unas deliciosas nueces en lo alto de un árbol, Lola resbaló y cayó al suelo. Se lastimó una patita y no podía levantarse. Estaba asustada y no sabía qué hacer.

En ese momento apareció Ruffo, un simpático zorro del bosque que pasaba por allí y vio a Lola en apuros. Ruffo se acercó a ella y le dijo: "¡Hola, amiguita! ¿Necesitas ayuda?". Pero Lola, terca como era, respondió: "No, gracias.

Puedo arreglármelas sola". Ruffo insistió: "Déjame ayudarte, sé cómo curar esa patita herida". Con cuidado vendó la pata de Lola con unas hojas suaves y le dio un poco de agua fresca para beber.

La ardillita se sintió mejor al instante. Lola se dio cuenta de que aceptar la ayuda de Ruffo no significaba ser débil o menos capaz. Al contrario, significaba tener a alguien que se preocupaba por ella y que quería verla bien.

A partir de ese día, Lola aprendió a valorar la importancia de dejarse ayudar por los demás. Comenzó a pedir ayuda cuando la necesitaba y descubrió lo maravilloso que era contar con el apoyo de sus amigos del bosque.

"Gracias, Ruffo", dijo Lola con una sonrisa. "Ahora entiendo que todos necesitamos ayuda en algún momento". "De nada", respondió Ruffo contento. "Recuerda que tus amigos siempre estarán aquí para ti".

Desde entonces, Lola disfrutó cada día junto a su familia, amigos e incluso sus mascotas del bosque. Aprendió que trabajar en equipo y dejarse ayudar mutuamente hacía todo más fácil y divertido.

Y colorín colorado este cuento ha enseñado: ¡Que pedir ayuda es bueno si te sientes agobiado!

FIN.

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