El tesoro de la calma


Había una vez un niño llamado Lucas, que asistía al jardín de infantes. Lucas era un niño muy inquieto y siempre estaba buscando aventuras. Sin embargo, tenía un problema: no sabía cómo controlar su temperamento cuando se enfadaba.

Un día, durante el recreo, Lucas comenzó a jugar con sus amigos en el patio del jardín. Estaban construyendo un castillo de arena y todos estaban emocionados por trabajar juntos en ese proyecto. Pero algo salió mal.

Lucas se enfadó porque uno de sus amigos accidentalmente derribó una torre que había construido con mucho esfuerzo.

En lugar de hablar sobre lo sucedido, Lucas reaccionó de manera impulsiva y empujó a su amigo, haciendo que este cayera al suelo. Los demás niños quedaron sorprendidos por la reacción de Lucas y se alejaron rápidamente para evitar problemas. El amigo de Lucas se levantó rápidamente, pero estaba triste y enfadado por lo ocurrido.

La maestra del jardín vio toda la escena y decidió intervenir antes de que las cosas empeoraran.

Se acercó a Lucas y le dijo:- Lucas, entiendo que te hayas enfadado porque tu torre fue derribada, pero no está bien empujar a tus amigos cuando te sientes frustrado. Es importante aprender a controlar nuestras emociones y resolver los conflictos hablando en lugar de pelear. Lucas bajó la cabeza avergonzado porque sabía que había cometido un error.

La maestra continuó:- ¿Qué tal si hablas con tu amigo sobre lo ocurrido? Puedes disculparte y explicarle cómo te sentiste cuando tu torre se derrumbó. Seguro que podrá entenderlo.

Lucas, con un poco de nerviosismo pero también con ganas de arreglar las cosas, se acercó a su amigo y le dijo:- Perdona por empujarte, me enfadé mucho porque mi torre se cayó. Pero ahora entiendo que no fue tu culpa y quiero disculparme por reaccionar mal.

El amigo de Lucas escuchó atentamente y después de un momento respondió:- Está bien, Lucas. Yo también me enfado a veces cuando algo sale mal. Gracias por disculparte, ahora podemos seguir jugando juntos. Lucas sintió un alivio inmenso al ver que su amigo aceptaba sus disculpas.

A partir de ese día, Lucas aprendió a controlar mejor su temperamento y a comunicarse adecuadamente cuando tenía problemas con sus amigos. Con el tiempo, Lucas se convirtió en un niño más tranquilo y respetuoso.

Se dio cuenta de que la amistad es una parte importante de la vida y que es necesario cuidarla para mantenerla fuerte. En el jardín de infantes, todos los niños aprendieron la importancia del perdón y la comunicación en las relaciones personales.

Juntos construyeron castillos de arena aún más impresionantes y compartieron momentos divertidos sin pelearse. Y así fue como Lucas descubrió el valor de la amistad verdadera: aprender a resolver conflictos pacíficamente y nunca dejar que una pelea arruine una bonita relación.

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