El tesoro de la diversidad
Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Tlaxcala, tres niños llamados Maya, Náhuatl y Ketzal.
Maya era una niña maya muy inteligente y curiosa; Náhuatl era un niño náhuatl valiente y amable; y Ketzal era un niño maya lleno de energía y alegría. Un día, mientras jugaban en el parque, apareció un niño llamado Bruno. Bruno siempre se creía superior a los demás y no le gustaba que otros niños fueran diferentes a él.
Al ver a Maya, Náhuatl y Ketzal con sus trajes tradicionales y hablando en sus lenguas nativas, Bruno comenzó a burlarse de ellos. "¡Miren a estos raritos vestidos así! ¿Por qué no se visten como nosotros?"- dijo Bruno riéndose.
Maya se sintió triste por las palabras de Bruno pero decidió responder con amabilidad. "Nosotros estamos orgullosos de nuestras culturas y nos gusta vestirnos así. No hay nada malo en ser diferentes". Náhuatl asintió con la cabeza.
"Tienes razón Maya, todos somos únicos y especiales". Ketzal saltó emocionado.
"¡Y además nuestras tradiciones son hermosas! ¡Tenemos bailes coloridos y comidas deliciosas!"Aunque los tres niños intentaron explicarle a Bruno lo maravillosas que eran sus culturas, él se negaba a escucharlos. Decidió hacerles bromas pesadas para molestarlos aún más. Pero los amigos no se rindieron ante el bullying de Bruno. Decidieron buscar ayuda en la sabia abuela del pueblo, Doña Esperanza.
Ella era conocida por su sabiduría y buen corazón. "Doña Esperanza, necesitamos su ayuda. Bruno se burla de nosotros por ser diferentes"- le contaron los niños con tristeza. La abuela sonrió y les dijo: "Queridos niños, la diversidad es lo que hace al mundo hermoso.
Cada cultura tiene algo especial para compartir. No permitan que las palabras de Bruno les hagan sentir menos valiosos". Con el consejo de Doña Esperanza en sus corazones, los tres amigos decidieron enfrentar a Bruno una vez más.
Cuando Bruno se acercó para burlarse de nuevo, Maya habló con calma. "Bruno, no entendemos por qué nos tratas así. Nuestras culturas son ricas en historia y tradiciones maravillosas".
Náhuatl agregó: "Si te tomaras el tiempo para conocernos realmente, descubrirías lo mucho que tenemos en común". Ketzal saltó emocionado: "¡Y podríamos enseñarte nuestros bailes y comidas favoritas! ¡Seguro te encantarían!"Bruno se detuvo un momento y miró a los tres amigos con curiosidad.
Luego decidió darles una oportunidad. Después de pasar tiempo juntos, Bruno comenzó a ver la belleza de las culturas maya y náhuatl. Aprendió algunas palabras en sus idiomas nativos e incluso participó en un baile tradicional.
"Chicos, lamento haberme comportado mal antes", dijo Bruno sinceramente. "Ahora entiendo que nuestras diferencias son lo que nos hace especiales". Maya sonrió felizmente y dijo: "Así es, Bruno. Juntos podemos aprender y crecer". Desde ese día, los cuatro niños se convirtieron en grandes amigos.
Compartieron sus culturas y aprendieron a valorar la diversidad que los rodeaba. Y así, en el pequeño pueblo de Tlaxcala, se demostró que el respeto y la aceptación pueden romper las barreras del prejuicio y construir puentes de amistad duradera.
FIN.