El Tesoro de la Estrella



Había una vez un niño llamado Felipe que era muy egoísta. Siempre quería todo para él y no le gustaba compartir. Un día, mientras exploraba el bosque cerca de su casa, encontró un viejo mapa que tenía dibujada una estrella brillante en el cielo. Intrigado, Felipe lo examinó con atención y leyó que esa estrella tenía el poder de cumplir cualquier deseo. Estaba emocionado y decidió que no lo compartiría con nadie, especialmente con sus amigos Juana y Pedro.

Sin embargo, algo inusual ocurrió. Al salir corriendo del bosque para contarle a nadie sobre su descubrimiento, Felipe se tropezó y cayó en una pequeña cascada. Afortunadamente, no se hizo daño, pero cuando trató de levantarse, se dio cuenta de que no podía salir solo. Miró a su alrededor y vio que sus amigos Juana y Pedro lo estaban buscando.

"Felipe, ¿dónde estás?" - gritó Juana con preocupación.

"¡Ayúdenme! Estoy aquí abajo en la cascada!" - respondió Felipe, sintiendo cómo su egoísmo se desvanecía un poco.

Cuando sus amigos encontraron a Felipe, no le reprocharon su comportamiento. En cambio, se acercaron para ayudarlo a salir. Sabían que Felipe no había querido compartir su hallazgo, pero su amistad era más fuerte que eso.

"¿Por qué no nos dijiste sobre el mapa?" - preguntó Pedro mientras le extendían la mano.

"Yo... yo solo quería tener un deseo para mí solo" - confesó Felipe, sintiéndose un poco avergonzado.

"Pero, Felipe, los deseos son más divertidos cuando los compartimos. Juntos podríamos pedir una montaña de helado o un día en el parque de diversiones!" - agregó Juana, sonriendo.

Felipe pensó en lo que Juana había dicho. Era cierto, se vería mucho más divertido compartir esos momentos. Finalmente, aceptó su ayuda y logró salir de la cascada. Al estar a salvo, Felipe decidió que era hora de cambiar.

"Chicos, les prometo que seré un mejor amigo y compartiré el mapa. Juntos podremos pedir algo increíble. ¿Qué les gustaría desear?"

"A mí me encantaría que todos podamos volar como pájaros!" - exclamó Pedro.

"Y yo quiero que los animales puedan hablarnos" - añadió Juana, llena de emoción.

Así, los tres amigos se sentaron a averiguar cómo llegar a esa estrella. En el camino, Felipe se dio cuenta de lo divertido que era compartir sus ideas y escuchar las de sus amigos. Al final, los tres se unieron y decidieron que lo más importante no era el tesoro o los deseos, sino la amistad que compartían.

Cuando llegaron al lugar donde el mapa prometía que se encontraría la estrella, miraron hacia el cielo. Pero lo que encontraron fue una hermosa puesta de sol.

"No necesitamos la estrella para hacer deseos, porque ya los estamos viviendo juntos" - dijo Felipe con una gran sonrisa.

Desde ese día, Felipe aprendió que compartir y ser generoso era mucho más gratificante que tener todo para uno mismo. Ahora, siempre que tenía un deseo, pensaba primero en sus amigos y en cómo podrían disfrutarlo juntos. Y así, su corazón se llenó de alegría, ¡mucho más rica que cualquier tesoro en el cielo!

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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