El Tesoro de la Generosidad
En un pequeño pueblo llamado Villa Feliz vivía un niño llamado Mateo.
Mateo era un niño muy consentido y egoísta, siempre quería tener todos los juguetes para él solo y no le importaba si sus compañeros se quedaban sin jugar. Además, solía burlarse de ellos y hacerles bromas pesadas. Un día, la maestra del colegio decidió hacer una actividad especial para enseñarles a los niños sobre el valor de compartir y el respeto hacia los demás.
Les propuso a todos que llevaran su juguete favorito al colegio para intercambiarlo con sus compañeros por un día. Mateo no estaba contento con esta idea, ya que no quería compartir ninguno de sus juguetes con nadie.
Pero como era obligatorio participar, decidió llevar al colegio su muñeco preferido: un robot gigante que hacía movimientos especiales. Al llegar al colegio, la maestra les explicó las reglas del juego.
Todos debían poner sus juguetes en una caja grande y luego cada uno tomaría otro juguete diferente al suyo para jugar durante todo el día. Cuando llegó el turno de Mateo, sintió un nudo en el estómago. No quería desprenderse de su robot tan especial.
Sin embargo, sabía que tenía que seguir las reglas del juego así que lo puso en la caja junto a los demás juguetes.
La maestra comenzó a repartir los juguetes intercambiados entre los niños y cuando le tocó a Mateo, recibió algo completamente inesperado: ¡una pelota vieja y desinflada! Mateo se sintió frustrado y enojado. Pensaba que los demás niños le habían hecho una mala jugada. Pero, en lugar de enfadarse, decidió tomarlo como un desafío.
Ese día, Mateo se dio cuenta de lo mucho que disfrutaba jugar con su robot y cómo extrañaba tenerlo a su lado. También notó cómo los demás niños se divertían con otros juguetes y cómo compartían entre ellos.
Cuando llegó la hora del recreo, Mateo se acercó al grupo de sus compañeros y les propuso jugar todos juntos a la pelota. Todos aceptaron emocionados y comenzaron a reírse mientras jugaban. Mateo descubrió que compartir no solo era divertido, sino también gratificante.
Al final del día, cuando tuvieron que devolver los juguetes intercambiados, Mateo se sintió triste pero feliz al mismo tiempo. A partir de ese día, Mateo cambió por completo su actitud.
Comenzó a compartir sus juguetes sin problemas e incluso aprendió a respetar las ideas y opiniones de sus compañeros. La historia de Mateo corrió rápidamente por el pueblo y todos quedaron sorprendidos al ver el cambio tan positivo en él.
Los padres estaban orgullosos de su hijo y los vecinos admiraban su nueva actitud amigable. Y así fue como Mateo aprendió una valiosa lección sobre la importancia de compartir y respetar a los demás.
Desde aquel día en adelante, Villa Feliz fue aún más feliz gracias a la generosidad y amabilidad de Mateo.
FIN.