El Tesoro de la Isla Brillante



En un pequeño pueblo de la costa, vivía una niña llamada María. María era curiosa y siempre soñaba con aventuras. Un día, mientras paseaba por la playa, vio algo extraño brillando en la arena. Se acercó y, para su sorpresa, encontró un mapa antiguo. El mapa marcaba el lugar de un tesoro escondido en la Isla Brillante, que estaba justo enfrente de su pueblo.

- ¡Mirá! -exclamó María, levantando el mapa en alto- ¡Es un mapa del tesoro! - Su amigo Pedro, siempre dispuesto a seguirla en sus aventuras, se acercó corriendo.

- ¿En serio? -preguntó Pedro, despejando un poco de arena de su cara- ¿Vamos a buscarlo juntos?

- ¡Por supuesto! -respondió María, con los ojos chispeando de emoción.

Prepararon todo lo necesario y, al amanecer del día siguiente, se embarcaron en una pequeña canoa hacia la Isla Brillante. Al llegar, comenzaron a seguir el mapa y a caminar por la densa selva. El lugar era hermoso, lleno de árboles altos y flores coloridas.

- ¡Esto es increíble! -se maravilla Pedro, mirando a su alrededor. De repente, un sonido extraño los hizo detenerse.

- ¿Qué fue eso? -preguntó María, asustada.

- No sé, pero tal vez sean pájaros... o tal vez el guardián del tesoro -dijo Pedro, medio bromeando.

Decididos a no dejarse intimidar, continuaron. Después de un rato, María se dio cuenta de que estaban siguiendo el mapa de forma incorrecta.

- Espera, creo que tenemos que volver al arroyo -sugirió María, revisando el mapa.

- ¡Pero estamos tan cerca! -protestó Pedro.

- Lo sé, pero si seguimos así, no encontraremos el tesoro nunca. Debemos hacerlo bien -dijo con determinación.

Así que, con mucho cuidado, regresaron en el camino correcto. Pasaron por encima de un puente de madera que crujía con el peso y se adentraron más en la selva. Tras varias horas de búsqueda, finalmente llegaron al lugar marcado en el mapa. Allí, bajo un gran árbol, había una X dibujada.

- ¡Lo encontramos! -gritó María.

Comenzaron a cavar con las manos y, tras unos minutos, sintieron el golpeteo de algo duro. Con esfuerzo, sacaron un cofre cubierto de arena y raíces. Era pesado, pero lo abrieron con emoción. Dentro encontraron monedas de oro, joyas brillantes y un montón de cosas valiosas.

- ¡Mirá todas estas riquezas! -dijo Pedro, deslumbrado.

- Sí, pero... ¿qué vamos a hacer con todo esto? -preguntó María, reflexionando.

- ¡Podemos quedárnoslo! -sugirió Pedro.

- No, esto pertenece a alguien. Tal vez haya un pirata buscando su tesoro. Deberíamos regresar con él -dijo María.

Y así, María y Pedro decidieron que lo mejor sería informar a los adultos de su pueblo. Regresaron a casa, llevándose el cofre para mostrarlo a todos. Cuando el pueblo se enteró, los adultos los ayudaron a encontrar al dueño del tesoro. Resultó ser el viejo Capitán Tiberio, un marinero que había perdido su tesoro hace muchos años.

- ¡Gracias, jóvenes aventureros! -dijo el Capitán con lágrimas en los ojos- Este tesoro significa mucho para mí. Ustedes son unos verdaderos héroes.

María y Pedro se sintieron orgullosos. No solo habían encontrado un tesoro, sino que también habían tenido la valentía de hacer lo correcto. El Capitán, agradecido, les regaló una pequeña medalla de oro a cada uno como símbolo de amistad.

- ¡Siempre recordaré esta aventura! -dijo María, sonriendo.

- Y yo también, pero me queda una pregunta -dijo Pedro, curioso- ¿Cuándo será nuestra próxima búsqueda?

- ¡Siempre que tengamos un buen mapa! -respondió María, riendo mientras miraba hacia el horizonte, llena de sueños aún por cumplir.

FIN.

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