El Tesoro de la Loma Azul



En un pequeño pueblo en las tierras argentinas, existía una leyenda que todos los chicos escuchaban con asombro. Se decía que en una loma lejana, cada vez que una penca se quemaba con llamas de color azul, se encontraba escondido un tesoro inca. Muchos habían intentado encontrarlo, pero pocos habían regresado.

Un día, un grupo de amigos: Lena, Tomás y Chiqui, decidió que era hora de buscar ese misterioso tesoro. Con una sonrisa desbordante de emoción, armaron sus mochilas con todo lo necesario para la aventura.

"¡Vamos a buscar el tesoro!" - gritó Chiqui, saltando de alegría.

"Sí, pero primero tenemos que averiguar cómo llegar a la loma. Esto no es un juego, puede ser peligroso" - respondió Tomás, más cauteloso.

"No te preocupes, tengo el mapa de la abuela, y además, un tesoro inca nos espera" - dijo Lena, con su voz llena de entusiasmo.

Con el mapa en mano, los tres amigos comenzaron su travesía por el bosque. Tras caminar varias horas, decidieron hacer un descanso junto a un arroyo.

"¡Miren!" - exclamó Lena, apuntando a una flor que brillaba bajo el sol. "Esa flor es la misma que aparece en el mapa. Significa que estamos cerca."

"¿Y si el tesoro no existe?" - cuestionó Tomás, preocupado.

"No importa, estamos juntos y eso es lo que cuenta" - aseguró Chiqui, mientras compartía unos traguillos de jugo de fruta.

Después de otra tanda de caminata, finalmente llegaron a la loma. Miraron hacia arriba, y se encontraron con una penca que ardía, iluminando el paisaje con un fascinante fuego azul.

"¡Lo logramos!" - gritaron todos a la vez, llenos de asombro.

"Ok, ahora a buscar el tesoro. Acial en mano, machete preparado" - recordó Tomás, intentando mantenerse concentrado.

"Yo me quedo a cuidar el trago" - dijo Chiqui, apoyado en un árbol.

Mientras Lena y Tomás se acercaban a la penca, de repente, una sombra grande se alzó sobre ellos. Era un viejo anciano con una larga barba blanca y ojos brillantes.

"¿Quiénes son ustedes?" - preguntó el anciano, con voz profunda.

"Venimos a buscar el tesoro inca" - respondió Lena con un tono valiente.

"¿Saben lo que están buscando?" - cuestionó el anciano, observándolos atentamente.

"Sí, un tesoro lleno de riquezas" - dijo Tomás, algo inseguro.

"El verdadero tesoro no es lo que buscan, sino el valor, la amistad y el respeto por la naturaleza. Cada persona que ha venido aquí ha olvidado eso" - explicó el anciano.

Los niños se miraron entre ellos, comprendiendo que quizás su búsqueda era más que un simple oro o joyas.

"Entonces, ¿nosotros también podemos encontrar el verdadero tesoro?" - preguntó Lena.

"Claro, si están dispuestos a aprender y cuidar este lugar, el tesoro está en compartirlo con los demás" - respondió el anciano, sonriendo.

"¡Queremos aprender!" - dijeron a coro.

El antiguo guardián del lugar les mostró cómo cuidar y proteger la naturaleza, y junto a él, los tres amigos se transformaron en los nuevos protectores de la loma azul. Años después, la leyenda no solo hablaba de un tesoro escondido, sino también de tres niños que aprendieron el verdadero significado de la riqueza: cuidar a su entorno y valorar la amistad.

Con el tiempo, los amigos se convirtieron en adultos sabios y continuaron compartiendo la historia con nuevas generaciones, llevándoles al bosque no solo para buscar un tesoro, sino para ser parte de algo más grande.

Y así, la loma azul se llenó de risas, juegos y un respeto irrestricto por la vida que allí habitaba. La verdadera herencia de los Incas no solo eran las riquezas, sino el amor por la naturaleza y el valor de la amistad.

FIN.

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