El Tesoro de la Niña Quechua


Había una vez en las tierras altas de los Andes, una niña quechua llamada Killa. Ella vivía en una pequeña aldea rodeada de imponentes montañas y valles verdes.

Killa era una niña curiosa y valiente, siempre dispuesta a explorar los misterios que rodeaban su hogar. Un día, mientras ayudaba a su abuela a recolectar hierbas medicinales, Killa encontró un misterioso mapa antiguo entre las hojas.

El mapa mostraba un camino que llevaba a un tesoro escondido en lo más profundo de las montañas. Emocionada por la aventura que se avecinaba, Killa decidió emprender el viaje sin contarle a nadie. -Abuela, ¿puedo ir a jugar al río con mis amigas? - preguntó Killa.

-Sí, pero no te alejes demasiado, y recuerda volver antes del anochecer -respondió la abuela. Animada por la emoción, Killa corrió hacia el inicio del camino que indicaba el viejo mapa.

A medida que ascendía por los senderos escarpados, Killa se topó con desafíos que pusieron a prueba su valentía y determinación. Enfrentó la furia de los ríos, la densa niebla que ocultaba el camino y la oscuridad de las cavernas. Finalmente, llegó a una cueva misteriosa donde se encontraba el tesoro.

Al abrir el cofre, Killa descubrió que no contenía monedas ni joyas, sino una antigua urna llena de semillas de plantas medicinales. Con lágrimas en los ojos, Killa comprendió que el verdadero tesoro era el conocimiento ancestral que yacía en esas semillas.

Regresó a su aldea con el tesoro en las manos y decidió compartirlo con su comunidad. A partir de ese día, Killa se convirtió en la guardiana de las semillas, preservando la sabiduría de sus antepasados y promoviendo la curación con las plantas medicinales.

La valentía y determinación de Killa inspiraron a todos, y su legado perdura en las tierras altas de los Andes hasta el día de hoy.

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