El tesoro de la sala naranja


En el jardín de infantes "Rayito de Sol" había una sala muy especial: la sala naranja. En esta sala, todos los juguetes y materiales eran de color naranja. Había pelotas, bloques, crayones y hasta sillitas del mismo tono.

Los niños que asistían a esta sala se sentían emocionados por poder jugar con tantas cosas del color que más les gustaba. Un día, llegó un nuevo niño al jardín.

Se llamaba Tomás y estaba un poco nervioso por empezar en un lugar desconocido. Al entrar a la sala naranja, sus ojos se iluminaron al ver todo lo naranja que lo rodeaba.

Sin embargo, algo llamó su atención: en una esquina había una caja llena de libros de cuentos de colores variados. Tomás se acercó curioso a la caja y sacó un libro azul con letras doradas que decía "El tesoro escondido".

Se sentó en una sillita naranja y comenzó a leer el cuento con mucho entusiasmo. - ¡Hola! ¿Qué estás leyendo? -preguntó Sofía, una niña de cabello rizado que se acercó a él. - Hola, estoy leyendo este libro sobre un tesoro escondido en una isla misteriosa -respondió Tomás emocionado.

Sofía sonrió y le dijo:- ¿Te gustaría buscar tesoros juntos en el patio del jardín? Tomás asintió con emoción y los dos salieron corriendo hacia afuera.

Buscaron bajo las hamacas, detrás de los árboles e incluso cavaron un pequeño hoyo en la arena del arenero, pero no encontraron ningún tesoro. De repente, Sofía recordó algo importante:- ¡Espera! En la historia del libro decía que el verdadero tesoro estaba oculto dentro de la cueva secreta detrás del tobogán gigante.

Los dos amigos corrieron hacia el tobogán gigante y encontraron la cueva secreta escondida detrás de él.

Con mucha emoción entraron dentro y vieron brillar algo dorado en un rincón oscuro: ¡habían encontrado el tesoro! Dentro del cofre dorado descubrieron muchas monedas falsas brillantes y collares hechos con cuentas de colores. Estaban felices por haber encontrado el tesoro juntos. Al terminar la jornada escolar, Tomás le contó a su mamá toda la aventura vivida ese día en la sala naranja junto a Sofía.

Desde ese momento, cada vez que veían algo azul o anaranjado recordaban aquel día tan especial.

Y así fue como Tomás aprendió que los verdaderos tesoros no siempre están donde uno espera encontrarlos, sino que pueden estar ocultos en lugares inesperados esperando ser descubiertos junto a buenos amigos como Sofía.

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