El tesoro de las palabras compartidas



Había una vez un niño llamado Máximo, que desde pequeño tenía una pasión muy grande por los libros. Le encantaba escuchar cuentos antes de dormir y pasar horas viendo las ilustraciones de sus libros favoritos.

Pero lo que más anhelaba en el mundo era aprender a leer por sí mismo para descubrir todos los secretos que guardaban esas páginas llenas de letras.

Un día, Máximo le dijo a su mamá con voz preocupada: "Mamá, ¿crees que podré aprender a leer todos los libros del mundo? ¡Son tantos y tan grandes! Me da miedo no poder hacerlo".

Su mamá sonrió con ternura y le respondió: "Querido Máximo, sé que tienes muchas ganas de aprender y eso es lo más importante. Con paciencia, práctica y perseverancia, todo se puede lograr". Decidido a enfrentar su miedo, Máximo se sentó frente a su librero y tomó el primer libro que encontró.

Era un libro con letras grandes y dibujos coloridos. Respiró hondo y comenzó a intentar descifrar las palabras. Al principio le costaba trabajo y se frustraba fácilmente, pero recordaba las palabras de su mamá y seguía adelante. Pasaron los días y Máximo practicaba sin descanso.

Poco a poco, las palabras empezaron a tener sentido para él y lograba leer frases enteras con fluidez. Estaba emocionado al descubrir historias maravillosas que lo transportaban a mundos imaginarios llenos de aventuras.

Un día, mientras hojeaba uno de sus libros favoritos, una idea brillante cruzó por la mente de Máximo. Corrió hacia su mamá emocionado: "-¡Mamá! ¡Tengo una idea genial! Podríamos abrir una biblioteca en casa para compartir nuestros libros con otros niños!".

La mamá de Máximo lo abrazó orgullosa y juntos empezaron a organizar su pequeña biblioteca casera. La noticia sobre la biblioteca de Máximo se corrió por el barrio rápidamente.

Los niños venían emocionados a intercambiar libros e escuchar las historias que Máximo les contaba con entusiasmo. Pronto, la biblioteca casera se convirtió en el lugar favorito de muchos niños curiosos como él. Mientras tanto, Máximo seguía leyendo incansablemente cada nuevo libro que llegaba a sus manos.

Ya no tenía miedo de no poder leer todos los libros del mundo porque sabía que lo importante no era la cantidad sino disfrutar cada historia como si fuera un tesoro único.

Y así, entre letras e ilustraciones coloridas, Màximò aprendió una gran lección: el verdadero valor de la lectura no está en cuántos libros puedas leer, sino en la magia infinita que cada uno encierra esperando ser descubierta por mentes inquietas como la suya.

FIN.

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