El Tesoro de las Pequeñas Alegrías



Había una vez una familia compuesta por Papa Juan Pablo, Mama Pachi, Jacinta y MariaGracia. Jacinta era una niña curiosa y alegre de 6 años a la que le encantaba aprender cosas nuevas en el colegio.

Por otro lado, MariaGracia, su hermanita de 6 meses, pasaba la mayor parte del tiempo en casa con su mamá.

Aunque era tan pequeña, MariaGracia esperaba con ansias la llegada de Jacinta todas las tardes, ya que su hermana mayor le proporcionaba momentos felices y llenos de amor. "¡Hola, Mari! ¿Cómo estás hoy?", exclamaba Jacinta con una sonrisa al ver a su hermana. MariaGracia respondía con risitas y movimientos llenos de alegría.

La conexión entre las dos hermanas era especial, llena de ternura y cariño. Jacinta aprovechaba cada momento para enseñarle a MariaGracia palabras nuevas y jugaban juntas de mil maneras distintas. Sin embargo, un día, Jacinta llegó a casa un poco triste porque tenía un problema en la escuela.

Mamá Pachi notó su preocupación y le preguntó qué le sucedía. Jacinta explicó que no se sentía bien porque algunos niños en la escuela no la estaban tratando con amabilidad.

Mamá Pachi le recordó a Jacinta lo valiosa que era y le enseñó a ignorar los comentarios negativos, animándola a ser amable con esos niños a pesar de todo. Mientras tanto, MariaGracia observaba todo desde su cuna con curiosidad.

Los días pasaron y Jacinta siguió intentando hacer amigos en el colegio, recordando lo que su mamá le había enseñado. Un día, Jacinta llegó a casa emocionada. "¡Mami, mami! Hoy en el colegio compartí mis juguetes y ayudé a un amigo a entender una lección. ¡Me siento feliz!", exclamó Jacinta.

Mamá Pachi la abrazó con alegría y le dijo lo orgullosa que estaba de ella. Jacinta recordó esos momentos felices que compartía con MariaGracia, donde se olvidaba de sus preocupaciones y solo se enfocaba en ser amable y amorosa.

Esa noche, antes de dormir, Jacinta le contó a MariaGracia sobre su día en el colegio y cómo había hecho nuevos amigos. MariaGracia sonreía y movía sus manos como celebrando junto a su hermana.

Jacinta se dio cuenta de la importancia de ser amable y comprensiva, no solo con su hermana, sino con todos a su alrededor. A partir de ese día, Jacinta mantuvo siempre en su corazón la lección que su mamá y su hermana le habían enseñado.

Cada vez que volvía a casa, no solo era feliz por ver a MariaGracia, sino también por poder aplicar esas enseñanzas en su vida diaria.

Y así, las dos niñas aprendieron juntas sobre la importancia de la amabilidad en la vida, encontrando en su conexión la fortaleza para enfrentar los desafíos que se les presentaban.

FIN.

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