El tesoro de los Andes



Había una vez en la majestuosa cordillera de los Andes, un grupo de animales que vivían en armonía. Entre ellos se encontraban el cóndor, el puma, la llama y el oso de anteojos.

Siempre se ayudaban mutuamente y compartían lo poco que tenían. Un día, mientras exploraban las montañas en busca de comida, el cóndor vio algo brillante bajo una roca.

Al acercarse, descubrió un mapa antiguo que mostraba la ubicación de un tesoro escondido en lo más profundo del bosque. Emocionado por esta revelación, el cóndor voló rápidamente hacia donde estaban sus amigos para contarles sobre su hallazgo. Todos decidieron emprender juntos la búsqueda del tesoro y compartirlo equitativamente al final.

Durante su travesía por el bosque, se encontraron con diversos desafíos: ríos turbulentos, caminos empinados y árboles gigantes bloqueando su camino. Sin embargo, cada uno aportaba sus habilidades únicas para superarlos.

El puma era rápido y ágil; saltaba por encima de los obstáculos sin dificultad. La llama tenía una resistencia increíble; podía llevar alimentos y agua para todos durante largas distancias sin cansarse. El oso de anteojos era astuto e inteligente; siempre encontraba soluciones creativas para cualquier problema que surgiera.

Después de días de viaje agotador pero emocionante, finalmente llegaron al lugar indicado en el mapa: una cueva oculta detrás de una cascada mágica. Dentro encontraron montones de frutas exóticas, nueces y miel dorada. Era un banquete espectacular.

Los animales se sentaron alrededor de la comida y comenzaron a disfrutarla con alegría. Pero pronto notaron que había más comida de la que podían comer ellos solos. Entonces, el cóndor tuvo una idea brillante.

"Amigos, este tesoro es demasiado grande para nosotros solos", dijo el cóndor emocionado. "Podemos compartirlo con los demás animales de la montaña y así celebrar un gran banquete juntos". Todos asintieron con entusiasmo ante esta propuesta.

Decidieron llevar parte del tesoro a cada animal que conocían: las vicuñas, los zorros andinos e incluso los pequeños ratones de campo.

A medida que compartían su riqueza con otros, no solo experimentaron una gran felicidad al ver las sonrisas en los rostros de los demás animales, sino que también creció su propia amistad y solidaridad. Desde ese día en adelante, todos los años organizaban el "Gran Banquete Andino". Todos los animales traían algo especial para compartir y celebraban juntos su amistad duradera.

Así fue como aquel grupo de animales descubrió que el verdadero valor del tesoro estaba en compartirlo con quienes lo necesitaban y en fortalecer sus lazos como comunidad.

FIN.

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