El tesoro de los dientes mágicos



Había una vez una niña llamada Jimena, que era pequeña, dulce y rubia. Desde que era muy chiquita, su mamá le contaba cuentos maravillosos antes de dormir.

Pero el cuento que más le gustaba a Jimena era el del Ratoncito Pérez. Jimena se imaginaba al ratoncito como un ser mágico y amigable, que venía en la noche cuando los niños perdían sus dientes de leche.

El Ratoncito Pérez dejaba un regalo a cambio del diente en la almohada y así ayudaba a los niños a crecer fuertes y sanos. Un día, mientras jugaba en su habitación, Jimena sintió algo extraño en su boca.

¡Se había caído su primer diente! La emoción invadió su corazón y recordó inmediatamente al Ratocinito Pérez. Decidió entonces emprender una aventura para llegar hasta su casa y poder entregarle ella misma el diente. Sin pensarlo dos veces, Jimena se preparó para la gran travesía.

Tomó una mochila con algunas golosinas para compartir con el Ratoncito Pérez y partió rumbo a lo desconocido. Caminando por las calles de su barrio, Jimena comenzó a preguntarle a todos si sabían dónde vivía el Ratocinito Pérez.

Algunos adultos sonreían ante la inocencia de la niña pero no podían darle ninguna respuesta concreta. Desanimada pero decidida, Jimena continuó caminando hasta llegar al parque central del pueblo.

Allí se encontró con Lucas, un niño mayor que ella, quien le preguntó qué hacía sola y con una mochila en la espalda. Jimena le contó su misión de encontrar al Ratoncito Pérez y entregarle su diente. Lucas, aunque un poco escéptico, decidió ayudarla en su búsqueda.

Juntos recorrieron el pueblo, preguntando a cada persona que encontraban si sabían algo sobre el Ratocinito Pérez. Después de mucho caminar y buscar sin éxito, Jimena comenzó a sentirse desilusionada.

Pero justo cuando estaba por rendirse, escucharon una voz pequeñita que venía del jardín de una casa cercana. Se acercaron sigilosamente y descubrieron que la voz provenía de un ratón muy simpático llamado Benito. Resulta que Benito era amigo del Ratoncito Pérez y vivía en ese jardín junto a su familia.

Habían construido una pequeña casita donde guardaban los dientes de todos los niños. Jimena no podía creerlo: ¡había encontrado al amigo del Ratocinito Pérez! Benito les explicó que el Ratoncito había salido temprano esa mañana para recolectar los dientes perdidos.

Sin embargo, Jimena no se dio por vencida. Decidió dejarle una nota al Ratoncito Pérez junto con su dientecito de leche dentro de la casita de Benito.

Le pidió disculpas por no poder esperarlo allí pero le dijo lo emocionada que estaba por conocerlo. Al día siguiente, cuando Jimena despertó y corrió hacia la ventana para ver si el Ratocinito había dejado algún regalo en lugar de su diente, encontró una hermosa carta y un pequeño juguete.

El Ratocinito Pérez le agradecía por el diente y le contaba que estaba muy emocionado por conocerla también.

Desde ese día, Jimena escribió cartas al Ratocinito Pérez cada vez que se le caía un diente y él siempre respondía con regalos y palabras llenas de cariño. Aunque no pudo conocerlo en persona, Jimena aprendió que la magia del Ratocinito Pérez vivía en su corazón y en las maravillosas historias que su mamá le contaba.

Y así, Jimena comprendió que a veces la aventura más importante es aquella que nos permite soñar y creer en la magia de los cuentos. Porque aunque no podamos ver algo con nuestros ojos, podemos sentirlo con nuestro corazón. Y eso es lo más valioso de todos.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!