El Tesoro de los Incas
Había una vez, en un pequeño pueblo de los Andes, tres amigos llamados Tula, Lucho y Mateo. Tula era una niña curiosa con una gran imaginación, Lucho era un aventurero nato y Mateo, un experto en leyendas antiguas.
Un día, mientras exploraban las montañas, encontraron un viejo mapa que pertenecía a los Incas. El mapa estaba lleno de dibujos de tesoros y extrañas pistas que prometían llevarlos a un gran tesoro escondido. Tula, con sus ojos brillantes, exclamó:
"¡Miren, amigos! ¡Es un mapa del tesoro! Debemos seguirlo!"
Lucho, siempre emocionado por la aventura, agregó:
"¡Sí! ¿Qué estamos esperando? ¡Vamos ya!"
Mateo, un poco más cauteloso, dijo:
"Espera, chicos. Debemos prepararnos bien. No sabemos lo que podríamos encontrar en el camino."
Después de reunir todos los elementos necesarios, empezaron su viaje hacia el corazón de las montañas. En el camino, debieron cruzar un río lleno de piedras resbaladizas.
"¿Cómo vamos a cruzar?"
preguntó Tula nerviosa.
"Yo puedo saltar de piedra en piedra, pero necesitaré un poco de ayuda!"
respondió Lucho confiado.
Con cuidado, Tula le lanzó una cuerda a Lucho, quien logró cruzar primero. Luego, extendió la mano para ayudar a sus amigos a cruzar. Pero al llegar al otro lado, descubrieron que un gran cóndor los estaba observando desde arriba.
"¡Es hermoso!"
exclamó Tula.
"Pero también puede ser peligroso. Debemos seguir adelante con precaución,"
les advirtió Mateo.
El cóndor, al ver a los tres amigos, dio un vuelo bajo y dejó caer algo que brillaba en el suelo. Tula corrió hacia el objeto y, con un grito de alegría, exclamó:
"¡Es una joya! ¿Podrá ser parte del tesoro de los Incas?"
Continuaron su camino y, al llegar a una cueva, encontraron un gran mural pintado con las historias de los antiguos Incas.
"¡Creo que esto puede darnos pistas sobre el tesoro!"
dijo Mateo, analizando las pinturas.
Juntos, comenzaron a descifrar los símbolos y a descubrir que cada uno estaba relacionado con alguna prueba que debían superar para llegar al tesoro.
La primera prueba era resolver un rompecabezas que estaba tallado en la piedra. Tula, con su imaginación, propuso:
"¿Y si lo hacemos en grupo? Cada uno aporta algo!"
Mientras trataban de resolverlo, Lucho sugirió:
"Yo creo que la clave está en formar la figura del sol, que es tan importante para los Incas."
Cuando lo lograron, la piedra se abrió y encontraron un camino secreto. ¡El tesoro estaba más cerca que nunca!
Sin embargo, el camino estaba lleno de desafíos. Ante ellos apareció un largo puente colgante.
"Este puente parece un poco inestable..."
observó Mateo.
"¡Vamos! Yo puedo ser el primero!"
se ofreció Lucho.
Tula, algo nerviosa, les dijo:
"¡Esperen! Tal vez deberíamos ir uno por uno para no hacer que se caiga."
Los amigos decidieron seguir el consejo de Tula y, tras cruzar con cuidado, llegaron al final del puente.
Al llegar a la última etapa de la búsqueda, se encontraron en una gran cueva. El resplandor dorado los llevó hacia un altar donde, en el centro, yacía un gran cofre.
"¡El tesoro!"
gritaron al unísono.
Pero cuando abrieron el cofre, se llevaron una sorpresa. En vez de oro y joyas, encontraron herramientas, semillas y libros.
"¿Qué significa esto?"
preguntó Lucho, confundido.
"Parece que el verdadero tesoro de los Incas no era el oro, sino su conocimiento y sabiduría sobre la tierra y la agricultura,"
explicó Mateo.
"Y nosotros tenemos la responsabilidad de cuidarlo y compartirlo para ayudar a nuestra comunidad"
agregó Tula con una gran sonrisa.
Con el cofre a cuestas, los amigos regresaron a su pueblo y decidieron compartir su hallazgo con todos.
Desde ese día, Tula, Lucho y Mateo organizada un huerto para cultivar las semillas y compartir los conocimientos de los Incas con el pueblo. Aprendieron a apreciar más la naturaleza y a unirse como comunidad, sabiendo que el verdadero tesoro estaba en trabajar juntos y cuidar lo que la tierra les daba.
Y así, su amistad y el legado inca perduraron por siempre en sus corazones.
FIN.