El tesoro de los juegos rotos



En una casa muy especial, vivían Mami, Papi, su hijo Máximo, Abuelo, Abuela, Bisabuela, Tío y Tía. Todos ellos eran amantes de los juegos de mesa, y tenían una colección de juegos muy variados.

Un día, Máximo tuvo una genial idea: organizar un día de juegos en familia. Todos estaban emocionados, pero al abrir el armario de los juegos, descubrieron que todos estaban rotos.

Las fichas de ajedrez estaban desgastadas, los dados de parchís tenían esquinas rotas, y las cartas de poker estaban todas mezcladas. Todos se lamentaron al ver la colección arruinada. Pero Máximo, con su espíritu optimista, dijo: "No importa que estén rotos, ¡podemos arreglarlos y divertirnos de todos modos!".

Así que se pusieron manos a la obra y comenzaron a reparar los juegos. Mami y Papi pegaron las fichas de ajedrez, Abuelo y Bisabuela restauraron los dados, Tío y Tía ordenaron las cartas, y Abuela se encargó de darle un nuevo aspecto al tablero de parchís.

Entre risas y charlas, arreglaron cada juego con mucho amor y dedicación, convirtiendo el proceso de reparación en un momento especial de unión familiar. Una vez que los juegos estuvieron listos, comenzaron a jugar. Ajedrez, parchís, poker...

cada juego les recordaba momentos felices del pasado. Y aunque estuvieran rotos, la diversión y el compañerismo que surgieron alrededor de la mesa eran más importantes que cualquier pieza perdida.

Máximo aprendió que el verdadero tesoro no estaba en los juegos, sino en el amor y la complicidad que compartía con su familia. Desde entonces, cada vez que jugaban, recordaban aquel día en el que arreglaron los juegos rotos y entendieron que lo importante no era cómo lucían, sino lo que significaban.

Y así, la colección de juegos rotos se convirtió en un símbolo de amor y unión familiar.

FIN.

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