El Tesoro de los Recuerdos
Érase una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, dos almas gemelas: Ángel y Cristina. Hace 25 años, ellos eran amigos inseparables, pero el amor que compartían no se había manifestado del todo; eran como dos piezas de un rompecabezas que no encajaban del todo, aunque ambos lo sentían. Con el paso del tiempo, tomaron caminos diferentes, pero su conexión nunca se apagó.
Hoy, Ángel y Cristina han formado una hermosa familia. Tienen dos hijas traviesas, Lola y Valentina, y un nieto encantador llamado Mateo. La familia vive en una acogedora casa con un jardín lleno de flores y árboles frutales. Aunque Ángel trabaja como maestro y Cristina como diseñadora, siempre encuentran tiempo para jugar y contar historias juntos.
Un soleado día de primavera, mientras jugaban en el jardín, las niñas decidieron que querían ir en busca de un tesoro.
"Vamos a encontrar algo valioso que nos cuente sobre nuestra familia", propuso Lola mientras se ataba un pañuelo en la cabeza.
"Sí, un tesoro de recuerdos", añadió Valentina emocionada.
Los tres partieron hacia el viejo cobertizo de herramientas que estaba en el fondo del jardín. Mientras buscaban entre las cosas viejas, Cristina se detuvo al ver una caja polvorienta.
"Miren esto, chicos", dijo su mamá, levantando la caja.
"¿Qué hay adentro, mamá?" preguntó Mateo, con los ojos brillantes de curiosidad.
Al abrir la caja, encontraron fotos antiguas de ellos cuando eran jóvenes. En una de las fotos, Ángel y Cristina aparecían juntos, radiantes de felicidad en un día de campo.
"¡Esa era la fiesta del pueblo en la que bailamos por primera vez juntos!", recordó Ángel, con una risa nostálgica.
"¿Y por qué no nos lo contaron antes?", preguntó Valentina.
"Porque a veces las cosas que vivimos son como los secretos más preciosos", dijo Cristina, acariciando la foto.
"¡Vamos a hacer un juego!", sugirió Mateo. "Cada uno contará su recuerdo favorito de lo que encuentra en estas fotos."
Y así, comenzaron a revivir historias del pasado. Entre risas y anécdotas, cada uno fue compartiendo aventuras:
- “Recuerdo cuando fuimos a la playa y nos perdimos buscando conchitas”, rió Cristina.
- “O cuando intentamos construir una cabaña en el árbol y se cayó”, agregó Ángel.
- “Yo quiero contar sobre la vez que fuimos a la montaña”, dijo Lola.
Pero, de repente, el cielo se oscureció. Nubes grises comenzaron a cubrir el sol.
"Vamos a entrar, el tiempo no pinta bien", dijo Cristina.
"No quiero que termine este juego", protestó Mateo.
"Podemos hacer un picnic en la sala", sugirió Valentina, buscando una solución creativa.
Así que, todos volvieron adentro y organizaron un picnic en el living. Sacaron manteles, frutas y galletas. Mientras comían, el viento aullaba afuera, pero dentro de la casa, había risas y alegría.
Con cada bocado, Ángel y Cristina seguían contando historias que sus hijas nunca habían escuchado y que Mateo disfrutaba como un aventurero en la búsqueda de tesoros. Entonces, de repente, se escuchó un fuerte trueno.
"¿Qué pasa si las historias mágicas de nuestros recuerdos hacen que el trueno viaje en el tiempo?", preguntó Mateo entusiasmado.
"Tal vez el trueno sea un recordatorio de que cada aventura, buena o mala, forma parte de nosotros", comentó Ángel.
"Así como nosotros hemos formado nuestra familia", agregó Cristina.
En ese momento, las niñas comenzaron a hacer un juego en el que cada una debía imaginar un futuro para sus propias aventuras.
"Yo quiero ser exploradora de galaxias", dijo Lola.
"Y yo inventora de máquinas que dan felicidad", dijo Valentina.
"Yo quiero ser un gran contador de historias", concluyó Mateo.
Las aventuras en el jardín ese día no solo les enseñaron sobre su pasado, sino que también fortalecieron sus lazos familiares. Cuando la tormenta pasó, el sol volvió a brillar, y todos salieron al jardín para ver un hermoso arcoíris.
"¿Vieron? , a veces, después de una tormenta, siempre aparece algo mágico", dijo Ángel.
"Sí, y lo mejor de nuestras historias es que nunca terminan; siempre continúan", agregó Cristina.
Y así, entre risas y sueños, Ángel, Cristina, sus hijas y Mateo prometieron seguir creando nuevas historias juntos, por siempre. Con cada nueva aventura, el tesoro de los recuerdos se hacían más valiosos, como un infinito arcoíris que se extendía a través del tiempo. Y aunque se habían perdido un poco de vista en su juventud, su amor y amistad siempre habrían sido la brújula que los guió de regreso.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.