El tesoro de los recuerdos en casa de la abuela


Priscila era una niña alegre y curiosa que siempre buscaba nuevas aventuras. Sus tardes favoritas eran aquellas en las que iba a visitar a su abuela junto con su prima, Sofía.

Juntas, recorrían cada rincón de la antigua casa, inventaban historias y se sumergían en mundos imaginarios. Un día, Priscila se dio cuenta de que cada vez disfrutaba más de estar en la casa de su abuela que en la suya propia.

La razón era simple: allí encontraba paz, diversión y amor sin límites. No quería volver a su hogar donde sus padres estaban ocupados todo el tiempo y apenas tenían tiempo para jugar con ella.

Una tarde mientras jugaban en el jardín trasero, Priscila le confesó a Sofía su deseo de quedarse para siempre en la casa de la abuela. "Sofía, me encanta estar aquí. Mi abuela es tan cariñosa y hay tantas cosas divertidas por hacer.

¿No te gustaría quedarte también?"- le preguntó Priscila con ilusión. Sofía miró pensativa hacia el cielo antes de responder:"A mí también me gusta mucho venir aquí, pero no podemos dejar nuestras casas permanentemente. "-Priscila frunció el ceño sin entender por qué no podían hacerlo.

"¿Pero por qué? Aquí somos felices y estamos juntas todo el tiempo. "- replicó Priscila con tristeza. Sofía se acercó a ella y tomándola del brazo le explicó:"Verás, Priscila, nuestra casa es nuestro refugio personal.

Es donde nuestros papás nos cuidan y nos dan amor. Aunque a veces estén ocupados, siempre están ahí para nosotros. "-Priscila reflexionó sobre las palabras de su prima.

"Entonces, ¿no debo quedarme aquí todo el tiempo?"- preguntó Priscila con una mezcla de tristeza y resignación. Sofía sonrió y le acarició la cabeza con ternura:"No, Priscila. No debes quedarte aquí todo el tiempo. Pero sí podemos aprovechar al máximo cada momento que pasamos juntas en la casa de la abuela.

"-Priscila asintió con una sonrisa dibujada en su rostro. Entendió que aunque no pudiera quedarse allí permanentemente, podía disfrutar al máximo cada instante junto a su abuela y su prima.

A partir de ese día, Priscila apreciaba aún más los momentos especiales que vivían juntas en la casa de la abuela. Valoraba tanto esos momentos que se aseguraba de exprimir cada segundo jugando y riendo sin parar.

Con el tiempo, Priscila comenzó a entender que también había cosas maravillosas en su hogar. Descubrió nuevas maneras de divertirse con sus padres y aprendió a comunicarse mejor sobre sus necesidades emocionales. Priscila nunca olvidaría aquellos días llenos de risas e imaginación en la casa de la abuela.

Pero ahora entendía que había un equilibrio entre disfrutar del mundo mágico creado por ellas dos y valorar el amor incondicional brindado por sus papás en su hogar.

Y así, Priscila aprendió una valiosa lección: si bien es importante explorar nuevos lugares y vivir aventuras emocionantes, también es fundamental valorar y disfrutar de los lazos familiares que nos unen en nuestro propio hogar.

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