El Tesoro de los Sabores



Había una vez un niño llamado Martín, a quien le encantaba jugar todo el día y no quería comer nada. Su mamá le preparaba comidas deliciosas, pero él siempre las rechazaba con un gesto de desagrado.

Un día, Martín se levantó sintiéndose débil y cansado. Su mamá le preguntó qué le pasaba y él respondió que no tenía hambre. Pasaron los días y Martín seguía sin querer probar bocado alguno.

Su mamá estaba muy preocupada, ya que veía cómo su hijo se iba poniendo cada vez más flaco y débil. Un hada buena que vivía en el bosque cercano se enteró de la situación de Martín y decidió ayudarlo.

Una mañana, mientras Martín jugaba en el jardín, el hada apareció frente a él con destellos brillantes y alas resplandecientes. "Hola, Martín. Veo que no quieres comer.

Pero debes saber que la comida es como la gasolina para nuestro cuerpo: nos da energía para jugar, reír y crecer fuertes", dijo el hada con voz suave. Martín miró al hada con curiosidad y algo de temor, pero sus palabras comenzaron a resonar en su mente.

"¿Por qué no quieres comer? ¿Hay algo que te molesta?", preguntó el hada con ternura. Martín bajó la cabeza y murmuró: "No sé... simplemente no tengo ganas". El hada sonrió comprensiva y extendió su mano hacia él. "Ven conmigo, Martín. Te mostraré algo maravilloso".

Sin dudarlo, Martín tomó la mano del hada y juntos volaron hacia un lugar mágico en lo profundo del bosque. Allí encontraron un árbol lleno de frutas brillantes y apetitosas. "Estas frutas son especiales, Martín.

Cada una representa un sueño o deseo tuyo", explicó el hada. Martín observó las frutas con asombro e interés. Sin pensarlo dos veces, tomó una manzana roja y dio un gran mordisco.

El sabor dulce invadió su boca haciéndolo sentir vivo como nunca antes. "¡Wow! ¡Qué rica está esta manzana! Nunca había probado algo tan delicioso", exclamó Martín emocionado. El hada asintió feliz al ver la expresión de alegría en el rostro de Martín.

"La comida puede ser maravillosa si estás dispuesto a darle una oportunidad. "Desde ese día, Martín empezó a probar diferentes alimentos llenos de colores y sabores sorprendentes. Descubrió lo divertido que era experimentar con nuevos platos e ingredientes junto a su mamá en la cocina.

Con el tiempo, Martín recuperó su vitalidad perdida y volvió a ser aquel niño travieso e inquieto que todos conocían.

Y así, gracias al poder de la magia del bosque y a la sabiduría del hada buena, Martís aprendió una importante lección: nunca subestimes el valor de una buena comida para nutrir tu cuerpo ¡y tu alma! Desde entonces, cada vez que veía a alguien renuente a probar nuevos alimentos o rechazar su plato sin siquiera intentarlo les contaba sobre su aventura mágica en el bosque donde descubrió lo maravilloso que puede ser abrirse al mundo culinario.

FIN.

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