El Tesoro de Luz y Promesa



En un reino muy lejano, donde las montañas tocaban el cielo y los ríos brillaban como estrellas caídas, vivía una joven pareja, Elena y Mateo, que aguardaban con ansias la llegada de su primera hija. Todos los días, se sentaban juntos bajo un viejo árbol en la pradera y miraban hacia el horizonte, soñando con el momento en que por fin sostendrían a su pequeña en brazos.

"¿Te imaginás cómo será?" - decía Elena, con una sonrisa iluminada por la esperanza.

"Sí, será nuestro gran tesoro, lleno de luz y promesa" - respondía Mateo, acariciándole la mano.

Los días pasaron, y con cada amanecer, su emoción crecía. Sin embargo, un día, recibieron una noticia inesperada: había un dragón que se había mudado a su reino y estaba guardando un tesoro en una cueva. La gente del pueblo estaba asustada.

"¿Qué pasará si el dragón viene a nuestra aldea?" - preguntó un niño del pueblo, temblando de miedo.

"No se preocupen, el dragón no es malo, solo necesita compañía" - dijo Mateo.

"Sí, quizás lo que guarda en su cueva sea un secreto muy valioso" - agregó Elena.

Decididos a descubrir la verdad, Elena y Mateo emprendieron un viaje hacia la cueva del dragón. Tras una larga caminata, llegados a la entrada, se encontraron con una gran puerta de piedra. El dragón, de escamas verdes resplandecientes, los observaba con curiosidad.

"¿Por qué han venido, humanos?" - preguntó el dragón con voz profunda.

"Hemos escuchado que usted guarda un tesoro y queremos entenderlo" - dijo Mateo, tratando de aparentar valentía.

"El tesoro no es oro ni joyas, es una luz especial que solo brillará cuando encuentren su verdadero significado" - explicó el dragón, mientras mostraba un pequeño cofre en su patas.

Elena y Mateo, confundidos, se vieron entre sí.

"¿Qué quiere decir eso?" - preguntó Elena.

"La verdadera riqueza está en el amor, la amistad y el deseo de ayudar a los demás" - dijo el dragón, sonriendo.

Curiosos y entusiasmados, decidieron ayudar al dragón a recuperar su luz. Juntos, transformaron la cueva en un lugar mágico, lleno de colores y risas. Invitaron a los niños del pueblo para que jugaran con ellos, contándoles historias y enseñándoles a hacer manualidades.

Poco a poco, la luz del cofre empezó a brillar más y más, hasta que una mañana, cuando se levantaron, encontraron que la luz se desbordaba por la cueva y el dragón sonreía.

"Muchas gracias, ahora saber cómo compartir lo que uno tiene es el verdadero tesoro" - dijo el dragón, dejando que la luz iluminara el camino hacia el pueblo.

"¿Podemos ir juntos?" - preguntó Elena, llena de alegría.

"¡Por supuesto!" - respondió el dragón, volando alto por el cielo azul.

El pueblo, al ver el brillo que llegaba de la cueva, salió a recibirlos. Cuando los habitantes vieron que había luz y felicidad, comenzaron a bailar y cantar. ¡Era un festival!"¡Es hora de celebrar!" - gritó Mateo.

"Sí, porque hemos aprendido que el amor y la generosidad son lo que realmente cuenta" - concluyó Elena.

Y así, mientras la luz del tesoro del dragón iluminaba el cielo, la pareja entendió que su mayor alegría sería ver a su pequeña crecer rodeada de amor y amistad. Al final, llegó el día tan esperado, y su hija nació como un verdadero regalo de luz y promesa, un tesoro más valioso de lo que jamás hubieran imaginado.

Y el dragón, con su nueva familia de amigos, aprendió que su corazón también podía brillar más allá de su cueva, iluminando el reino con su amistad.

Así, en el reino de las montañas y los ríos misteriosos, vivieron todos felices, en armonía y gratitud, recordando siempre que el verdadero tesoro está en las conexiones que creamos con los demás.

FIN.

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