El Tesoro de Martín



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Arcoíris, un niño llamado Martín. Era un chico alegre, lleno de energía y siempre dispuesto a ayudar a los demás. Sin embargo, tenía un gran desafío: a veces le costaba ser honesto, especialmente cuando se trataba de sus travesuras.

Una tarde, mientras exploraba el bosque cercano, Martín encontró un misterioso cofre enterrado bajo un árbol. "¡Wow!", exclamó mientras removía la tierra. El cofre estaba cubierto de óxido, pero aún así, relucía con un brillo especial.

Cuando lo abrió, Martín se sorprendió al ver que estaba lleno de monedas de oro y joyas brillantes. "Esto debe ser un tesoro robado", pensó, mientras su corazón latía de emoción.

"¿Qué haré con esto?", se preguntó.

"Podría comprar todo lo que siempre quise", se respondió a sí mismo.

Sin embargo, recordó que su mamá siempre le decía: "La honestidad es la mejor política, Martín. Siempre hay que hacer lo correcto". Pero el deseo de tener cosas nuevas fue más fuerte, y decidió llevarse unas cuantas monedas.

Al llegar a casa, decidió esconderlas bajo su cama. Pero cada vez que miraba las monedas, sentía una punzada de culpa. A la mañana siguiente, sus amigos, Ana y Lucas, lo visitaron.

"¿Qué hiciste ayer?", preguntó Ana curiosa.

"Nada, solo jugué en el bosque", respondió Martín, evitando mirarles a los ojos.

"¡Vamos a jugar!", sugirió Lucas.

Mientras jugaban, Martín seguía sintiéndose mal por su secreto. Decidió entonces ir al bosque de nuevo para devolver el tesoro, pero cuando llegó, se dio cuenta de que el cofre ya no estaba donde lo había encontrado.

"¿Qué? ¿Se lo llevó alguien? ¿Y si le pertenece a un anciano?" pensó. Le invadió una gran preocupación. Sin embargo, volvió a casa y esa misma noche tuvo un sueño en el que un anciano apareció ante él.

"Martín, ¿por qué no has sido honesto?", le preguntó el anciano con voz suave.

Martín se despertó angustiado y recordó lo que su mamá le había dicho sobre ser honesto. Decidido a enmendar su error, fue a la plaza del pueblo y reunió a sus amigos.

"Amigos, necesito contarles algo", comenzó Martín nervioso.

"¿Qué pasa?", preguntó Ana con curiosidad.

"Encontré un tesoro, pero lo que hice no estuvo bien. Junté algunas monedas y no sé qué hacer ahora".

Ana y Lucas lo miraron con asombro.

"¿Por qué no lo devolvés?", sugirió Lucas, muy serio.

"¿Y si nos desprestigian?", preguntó Martín, asustado.

"Pero es lo que hay que hacer. La honestidad siempre trae buenos resultados", insistió Ana.

Martín se sintió más seguro y, con el apoyo de sus amigos, decidió que al día siguiente iría a la alcaldía. El siguiente día, Martín se armó de valor y fue a contarle a la alcaldesa lo que había encontrado.

"Señora alcaldesa, encontré un cofre con monedas y joyas en el bosque", dijo Martín, con la voz temblorosa. La alcaldesa lo miró sorprendida.

"¿Por qué no lo llevaste antes?", preguntó.

Martín bajó la mirada, avergonzado.

"Porque pensé que podía quedarme con algunas cosas, pero se siente muy mal no ser honesto".

"Lo hiciste bien, Martín. Te felicito. Ahora vamos a averiguar a quién pertenecía ese tesoro".

Poco después, la alcaldesa pudo encontrar al dueño, un anciano que había perdido su cofre años atrás. Estaba agradecido y le prometió a Martín una recompensa. Sin embargo, él solo quería escuchar esas palabras de la alcaldesa.

"Has demostrado un gran valor al devolverlo. La honestidad siempre es recompensada de alguna manera", le dijo la alcaldesa con una sonrisa.

Desde ese día, Martín nunca volvió a dudar de la importancia de ser honesto. Aprendió que aunque a veces es difícil, siempre vale la pena hacer lo correcto. Y así, el pequeño pueblo de Arcoíris siguió prosperando, lleno de honestidad y confianza, gracias a las valientes decisiones de un niño llamado Martín.

FIN.

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