El Tesoro de Otoño



En un pequeño pueblito rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivía un niño llamado Mateo. Era un niño curioso y aventurero que amaba explorar el campo. Cuando llegó el otoño, Mateo decidió que era el momento perfecto para recoger los frutos de la temporada.

Un día soleado, salió de su casa con un canasto de mimbre bajo el brazo. Al caminar por el sendero cubierto de hojas doradas, encontró a su amiga, Sofía, sentada sobre una roca.

"¡Hola, Sofía! ¡Voy a recoger frutos! ¿Querés venir?" - le preguntó Mateo con entusiasmo.

"¡Sí! Me encantan las manzanas y las castañas. ¿Sabés dónde se encuentran?" - respondió Sofía.

Los dos amigos empezaron su aventura. En el camino, pasaron cerca de un gran manzano lleno de frutas brillantes.

"¡Mirá cuántas manzanas hay!" - exclamó Mateo.

"Sí, parece que este árbol está repleto. Pero, ¿cómo vamos a llenarnos el canasto sin que la señora Clara se enoja?" - preguntó Sofía.

"¡Fácil! Solo tomaremos lo que necesitamos para hacer una torta y le preguntaremos si podemos llevar algunas para compartir con ella." - sugirió Mateo.

Así que fueron hacia el árbol, y, aunque querían recoger todas las manzanas que veían, se acordaron de la señora Clara, la dueña del árbol. Recolectaron solo las que necesitaban.

Después de haber recogido las manzanas, continuaron su camino y encontraron un arbusto lleno de castañas.

"¡Mirá, Sofía! ¡Esto es un tesoro!" - dijo Mateo mientras llenaba su canasto.

"Sí, pero acordate que tenemos que abrirlas con mucho cuidado. He escuchado que algunas pueden estar vacías y necesitamos evitar las espinas." - le recordó Sofía.

Mateo se rió.

"Eso lo aprendí de mi abuela. ¡Ella es la mejor con las castañas!"

Recogieron castañas y mientras conversaban, se dieron cuenta de que estaban cerca del arroyo. Decidieron sentarse un rato a escuchar el agua correr.

"¿Sabés, Mateo? A veces pienso que cada hoja que cae de un árbol es un pequeño regalo de la naturaleza. Cada una tiene su historia..." - reflexionó Sofía.

"Es cierto. Por eso debemos cuidarlas y respetarlas. ¡La naturaleza nos da tanto!" - respondió Mateo, asintiendo con la cabeza.

Mientras estaban tan absortos en sus pensamientos, escucharon un ruido extraño. Era un pequeño pájaro que había caído de su nido.

"¡Pobrecito!" - dijo Mateo, acercándose al ave. "¿Qué hacemos?"

"Deberíamos ayudarlo a volver a su hogar. Pero primero, necesitamos encontrar el nido." - sugirió Sofía con determinación.

Mateo y Sofía siguieron el trino del pájaro, que guiaba su camino. El trino los condujo hasta un gran árbol. Al mirar hacia arriba, pudieron ver el nido en una de las ramas altas.

"¡Es muy alto! No llegamos así" - dijo Mateo.

"Podríamos buscar un palo largo para intentar empujar al pajarito hacia arriba" - propuso Sofía.

Después de buscar un rato, encontraron un palo largo y utilizaron toda su fuerza para hacer que el pajarito regresara al nido. Finalmente, después de un par de intentos, el pajarito saltó y volvió para el abrazo de su madre.

"¡Lo logramos!" - gritó Mateo, sonriendo con orgullo.

"Es genial ayudar a otros. ¡Hicimos algo bueno hoy!" - respondió Sofía, también emocionada.

Con el corazón contento, decidieron regresar a su casa. En el camino, las hojas crujían bajo sus pies y el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte.

Al llegar a casa, Sofía y Mateo compartieron sus deliciosos frutos con la señora Clara, quien los recibió con una gran sonrisa.

"Gracias, chicos. Me encanta que compartan conmigo. Y por cierto, hoy me contaron que hicieron una buena acción. Eso es lo más importante!" - dijo la señora Clara, mientras disfrutaba de la torta de manzana.

Esa noche, Mateo se acostó con una sonrisa en el rostro, recordando lo que habían aprendido: hay tesoros en la naturaleza, pero lo más valioso es ayudar a los demás y compartir lo que tenemos. Así, el otoño no solo les regaló frutos, sino también una gran lección sobre la amistad y el cuidado por el mundo que los rodea.

FIN.

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