El Tesoro de Talentos de Tomás



Tomás era un niño de diez años que siempre pensaba que no tenía ningún talento. En la escuela, sus compañeros brillaban en deportes, música y dibujo, mientras él se sentaba en su banco, sintiéndose invisible.

Un día, mientras caminaba de regreso a casa, se encontró con una anciana en el parque. Tenía una mirada sabia y amable.

"Hola, niño. Pareces triste. ¿Qué te pasa?" - le preguntó la anciana.

"No tengo talentos. Todos mis amigos son muy buenos en algo y yo no soy bueno en nada" - respondió Tomás con un suspiro.

La anciana sonrió y dijo: "¡Eso no es cierto! Todos tienen talentos, solo que algunos pueden tardar más en descubrirlos que otros. ¿Te gustaría acompañarme a un lugar especial?"

Tomás, intrigado, asintió con la cabeza. La anciana lo llevó a un rincón mágico del parque donde había un árbol enorme y frondoso.

"Este árbol representa los talentos de las personas. Cada hoja es un talento diferente. Vamos a ver si podemos encontrar tu hoja especial" - dijo la anciana.

Juntos, comenzaron a buscar hojas en el suelo. Tomás miraba cada una con desánimo.

"No veo nada que me represente..." - murmuró.

La anciana, con paciencia, le dijo: "Cada hoja tiene una forma y un color único, como tú. A veces, nuestras diferencias están justo a la vista, pero no las vemos. Intentalo de nuevo; esta vez, mira con el corazón."

Tomás cerró los ojos y respiró hondo. Se imaginó haciendo lo que más le gustaba: correr, leer aventuras, montar su bicicleta. Entonces, vio una hoja de forma extraña, en un tono verde brillante.

"Mirá, abuela, encontré algo diferente" - exclamó.

La anciana asintió impresionada. "Eso es, Tomás. Esa hoja representa tu talento. Eres un excelente observador, y eso puede transformarse en muchas cosas: puede que seas un escritor, un inventor o un artista. ¡El talento está en ti!"

Tomás se sintió sucedido; en ese momento, entendió que su forma de ver las cosas era une habilidad valiosa.

Sin embargo, el camino no fue fácil. Al regresar a casa, se sintió animado y decidió escribir una historia. Pasaron días y noches practicando su escritura, y aunque al principio fue difícil, cada palabra lo acercaba más a su objetivo. Pero el día de la presentación del cuento en la escuela llegó, y Tomás sintió miedo.

"No puedo hacerlo, y si a nadie le gusta?" - se lamentó.

Pero recordó la hoja que había encontrado y el buen consejo de la anciana.

"Voy a intentarlo, aunque tenga miedo" - decidió con determinación.

El día de la presentación, sus compañeros lo miraban expectantes. Al leer su historia sobre un aventurero en un mundo lleno de magia, vio las sonrisas y la atención de sus compañeros. Cuando terminó, estallaron en aplausos.

"¡Es genial, Tomás!" - gritó uno de sus amigos.

"Dale, seguí escribiendo, tenés que hacer otro cuento" - añadió otro.

Tomás sonrió, porque finalmente había descubierto su talento: contar historias. Con el tiempo, se volvió un gran escritor; cada vez que alguien le decía que no tenía talento, sabía que todo el mundo, incluso los que no lo sabían aún, tenían algo especial en su interior.

Ahora, Tomás nunca olvidaba esa hoja especial en el rincón mágico del parque, y siempre llevaba en su corazón la enseñanza de la anciana.

"No olvides, siempre hay algo dentro de nosotros esperando ser descubierto" - decía antes de cada presentación, como un mantra.

Y aunque Tomás había encontrado su talento, continuó explorando y aprendiendo, porque sabía que la vida estaba llena de sorpresas.

FIN.

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