El Tesoro de Tomás
Érase una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Tomás. Tomás asistía a la escuela primaria de los Cerezos y era conocido por ser muy talentoso en el arte de dibujar. Sin embargo, había un pequeño gran problema: Tomás no compartía sus dibujos con nadie. Él sentía que su talento era solo suyo y que no tenía por qué mostrarlo o compartirlo.
Un día, la maestra Laura organizó un concurso de dibujo para que todos los alumnos pudieran participar. El premio era un enorme lápiz de colores con formas de arcoíris. Tomás, emocionado, comenzó a trabajar en su dibujo. "¡Nadie podrá ganarme!", pensó. Sin embargo, su compañero de clase, Lucas, se acercó a él.
"Hola, Tomás. ¿Puedo ver en qué estás trabajando?"
"No, es solo para mí. ¡Tienes que trabajar en tu propio dibujo!"
Lucas, un poco decepcionado, se alejó y empezó a trabajar en su dibujo junto a su amiga Sofía.
Día tras día, Tomás se volvió más obsesionado con su dibujo y menos interesado en lo que hacían sus compañeros. Mientras tanto, Lucas y Sofía se ayudaban mutuamente, compartían ideas y se reían juntos. Hicieron un hermoso mural en clase y fueron los favoritos de la maestra, quien siempre decía: "La mejor parte de crear es compartir".
Así pasaron los días del concurso. El día de la presentación, cada niño mostró su obra maestra, incluido Tomás, que estaba ansioso por ver los otros dibujos. Sin embargo, se dio cuenta de que no había prestado suficiente atención a lo que hacían los demás y se sentía un poco solo.
Al final del concurso, la maestra Laura hizo un anuncio.
"Y el ganador de este hermoso lápiz de colores es... ¡Lucas, por su espectacular mural!"
Tomás aplaudió, pero su sonrisa se desvaneció al ver lo felices que estaban Lucas y Sofía mientras compartían su premio.
"¿Por qué no puedo ser como ellos?", se preguntó.
Al regresar a casa, Tomás pensó en lo ocurrido. Comenzó a mirar sus propios dibujos y se dio cuenta de que cada vez que no compartía, se perdía la oportunidad de disfrutar de la alegría que los demás sentían al crear juntos. Esa noche, decidió que quería cambiar.
Al día siguiente en la escuela, Tomás se acercó a Lucas y Sofía.
"Hola, chicos. Me gustaría compartir mis dibujos con ustedes. ¿Puedo?"
Sofía sonrió y Lucas respondió.
"¡Sería genial! Claro que sí, Tomás. Cuanto más, mejor!"
Tomás sintió una gran alegría al compartir sus creaciones. Los tres pasaron el día dibujando juntos, riendo y aprendiendo unos de otros.
Al final de la jornada, la maestra Laura se acercó a ellos.
"Estoy muy orgullosa de ver cómo se han unido y comparten sus talentos. Juntos son más fuertes y más creativos. ¡Eso es lo que hace la escuela especial!"
Desde aquel día, Tomás dejó de ser egoísta y comenzó a disfrutar de la magia de compartir. Descubrió que se sentía mucho más feliz al ver a otros disfrutar de sus dibujos y al aprender de sus amigos. El arcoíris ya no era solo un lápiz, sino una sinfonía de colores que brillaba en su corazón. Y así, Tomás, Lucas y Sofía se convirtieron en grandes amigos, creando juntos maravillas en cada rincón de la escuela.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.