El Tesoro del Arcoíris
En una hermosa granja situada al pie de una colina, vivían un grupo de animales muy curiosos y aventureros. Un día, después de una fuerte lluvia, apareció un brillante arcoíris en el cielo. La vaca Lulú, el gallo Ramón, la oveja Clara y el cerdo Tito se reunieron para admirar aquel espectáculo.
"¡Miren qué hermoso es!" –exclamó Lulú, fascinada por los colores.
"Dicen que al final del arcoíris hay un tesoro" –mencionó Ramón, con su voz fuerte y melodiosa.
"¿Un tesoro? ¡Eso suena emocionante!" –dijo Clara, moviendo su lana con entusiasmo.
"¿Y si nos vamos a buscarlo?" –propuso el pequeño Tito, que siempre soñaba con aventuras.
Los cuatro amigos decidieron emprender el camino hacia el final del arcoíris. A medida que se alejaban de la granja, comenzaron a encontrar obstáculos. Primero, tuvieron que cruzar un arroyo muy caudaloso.
"¡No puedo saltar tan lejos!" –se quejó Lulú, con sus patas pesadas.
"¡Yo puedo ayudar!" –dijo Ramón, echando a volar y llegando al otro lado.
"¿Y ahora qué hacemos con Lulú?" –preguntó Clara, preocupada.
"Yo creo que podemos hacer una cadena. Yo me quedo de este lado y la ayudo a cruzar" –sugirió Tito.
Así fue como todos se ayudaron para que Lulú pudiera cruzar el agua. Fueron avanzando, superando más obstáculos, como un campo de espinas y un camino embarrado. Cada vez que uno de ellos se sentía cansado o desanimado, los demás lo alentaban.
"¡Vamos, que el tesoro nos espera!" –gritó Ramón con determinación.
"¡No podemos rendirnos ahora!" –agregó Clara, con ánimo.
Finalmente, después de una larga caminata, llegaron a una colina donde el arcoíris tocaba el suelo. Todos quedaron deslumbrados por lo que vieron: un baúl dorado lleno de brillantes piedras de colores. Sus ojos se iluminaron.
"¡Miren el tesoro!" –exclamaron todos al unísono.
"¿Qué vamos a hacer con todo esto?" –preguntó Tito, confundido.
"Tal vez cada uno podría llevarse algo para sí mismo" –sugirió Lulú, mirando las piedras.
"O podríamos compartirlo con todos en la granja" –propuso Ramón, reflexionando.
Después de discutirlo, decidieron que lo mejor era repartir el tesoro con todos sus amigos en la granja. Juntos regresaron a casa, felices y emocionados por lo que habían encontrado. Al llegar, invitaron a todos los animales a una celebración y compartieron las piedras de colores.
"¡Este es el día más especial!" –dijo Clara, sonriendo.
"¡Y todo gracias a nuestra amistad!" –añadió Tito entusiasmado.
"El verdadero tesoro no eran las piedras, sino la aventura y el trabajo en equipo" –concluyó Ramón sabio, amontonando algunas piedras en el centro para que todos pudieran admirarlas.
Desde ese día, los animales entendieron que los momentos y las experiencias compartidas eran más valiosos que cualquier oro o joya. Además, aprendieron a resolver problemas juntos, apoyándose entre ellos.
Y así, la granja se iluminó no solo por el color de las piedras, sino por la alegría de la amistad que los unía y por las aventuras que aún les quedaban por vivir. Mientras tanto, el arcoíris brillaba en el cielo, recordándoles siempre que la verdadera magia está en el amor y el apoyo mutuo.
FIN.