El Tesoro del Bosque


Un día, decidieron explorar el bosque que estaba detrás de su casa. Ema, la hermana mayor, llevaba un mapa y se encargó de liderar el grupo. -¿Están listos para la aventura? -preguntó Ema con emoción en su voz.

-Sííí -respondieron sus hermanitos al unísono. Los tres comenzaron a caminar por el bosque siguiendo el mapa de Ema. Después de una hora de caminata, llegaron a un río que no estaba en el mapa.

-¡Miren! ¡Un río! -exclamó Antonio señalando hacia abajo. Ema revisó su mapa pero no encontró ninguna indicación del río. Decidieron seguirlo para ver a dónde los llevaba. Después de unos minutos caminando por la orilla del río, escucharon un sonido extraño.

Era como si alguien estuviera llorando. Los tres se detuvieron y miraron a su alrededor tratando de encontrar la fuente del sonido. -Fijense allá -señaló Manuel hacia unas rocas cercanas-. Creo que viene de ahí.

Los tres corrieron hacia las rocas y encontraron a un pequeño zorro atrapado entre ellas. El animalito había intentado pasar por ahí pero se había atascado en medio del camino. Estaba asustado y llorando porque no podía liberarse.

-Oh pobrecito -dijo Ema acercándose al zorro-. Vamos a ayudarte. Con mucho cuidado lograron sacarlo entre las rocas sin lastimarlo y lo pusieron sobre una hoja grande que habían encontrado cerca del río.

-¡Gracias! -dijo el zorro mirando a los tres hermanos con sus ojos grandes y brillantes-. ¿Cómo puedo pagarles? -No necesitas pagarnos nada, pequeño amigo -respondió Ema sonriendo-. Solo estamos felices de que estés bien. El zorro les agradeció una vez más y se alejó corriendo hacia el bosque.

Los tres hermanos continuaron su aventura por el río, siguiendo las indicaciones del mapa de Ema. Después de un rato, llegaron a una cascada impresionante. Era tan alta que parecía tocar las nubes.

Se quedaron maravillados ante la belleza del lugar. -¡Es increíble! -exclamó Antonio sin poder creer lo que estaba viendo. -Sí, es precioso -dijo Manuel emocionado-. Pero también parece peligroso.

Ema revisó su mapa nuevamente y vio que había otra ruta para continuar la exploración. Decidieron seguir esa ruta en lugar de arriesgarse a subir la cascada. Finalmente, después de varias horas caminando por el bosque, encontraron un claro donde había una cabaña antigua abandonada.

La cabaña estaba cubierta de hiedra y ramas secas pero parecía estar en buen estado. -Vamos a investigar dentro -dijo Ema guiando al grupo hacia la puerta principal de la cabaña. Al entrar, encontraron una sorpresa: había un cofre lleno de tesoros antiguos escondidos debajo del piso.

Había monedas doradas y joyas brillantes que hacían destellar los ojos de los tres hermanos. -¿Qué hacemos con esto? -preguntó Manuel mirando hacia Ema y Antonio. -No podemos quedárnoslo, no es nuestro -respondió Ema decidida-.

Debemos llevarlo a las autoridades para que lo investiguen. Los tres hermanos tomaron el cofre de tesoros y regresaron a casa. Encontraron al dueño de la cabaña y le entregaron el tesoro encontrado.

El hombre estaba muy emocionado porque había estado buscando ese cofre por años. Después de esa aventura, los tres hermanos aprendieron una gran lección: la importancia de ayudar a los demás sin esperar nada a cambio.

También aprendieron que siempre debían seguir su instinto para evitar situaciones peligrosas. Desde ese día en adelante, Ema, Antonio y Manuel se convirtieron en exploradores aún más valientes y responsables, siempre dispuestos a ayudar a quien lo necesitara.

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