El tesoro del bosque encantado



Había una vez dos hermanos llamados Pedro y Laura que vivían en un pequeño pueblo rodeado de montañas. Un día, decidieron aventurarse en el bosque que se encontraba al otro lado del río.

Desde pequeños, Pedro y Laura habían soñado con explorar el bosque mágico que todos los habitantes del pueblo mencionaban. Se decía que en ese lugar había criaturas fantásticas y tesoros escondidos.

Con entusiasmo, los hermanos prepararon su mochila con comida, agua y una brújula para no perderse. Cruzaron el río por un viejo puente de madera y adentrándose entre los árboles, comenzaron su aventura. Después de caminar por un largo rato, Pedro escuchó un extraño sonido proveniente de unos arbustos cercanos.

Sigilosamente se acercó junto a su hermana y descubrieron a un pequeño conejito atrapado en una red. "¡Pobrecito! Debemos ayudarlo", dijo Laura preocupada. Con mucho cuidado liberaron al conejito y lo dejaron correr libremente entre la vegetación del bosque.

Agradecido, el conejito les mostró el camino hacia una cueva donde se encontraba escondido un tesoro perdido hace muchos años. Los ojos de Pedro y Laura brillaban de emoción al ver las monedas doradas y las joyas relucientes dentro de la cueva.

Sin embargo, también notaron algo triste: había muchas telarañas cubriendo todo el tesoro. "Debemos limpiarlo para que brille como antes", dijo Pedro decidido. Juntos, los hermanos tomaron ramas y comenzaron a limpiar el tesoro.

Poco a poco, las telarañas desaparecieron y el tesoro volvió a brillar con todo su esplendor. De repente, un ruido proveniente de la entrada de la cueva los sorprendió. Era un grupo de duendes que habían escuchado el sonido del tesoro siendo limpiado.

Los duendes se acercaron lentamente y les dijeron:"Hemos estado esperando por mucho tiempo que alguien fuera lo suficientemente valiente y generoso para liberar este tesoro. Como recompensa, queremos concederles un deseo".

Pedro y Laura se miraron emocionados y luego cerraron los ojos para pensar en su deseo más profundo. Al abrirlos, dijeron al unísono:"Queremos que este bosque sea protegido siempre y que todos los animales vivan en paz". Los duendes sonrieron y asintieron con sus cabezas.

En ese momento, una luz mágica envolvió todo el bosque y Pedro y Laura pudieron ver cómo las plantas crecían más fuertes, los animales jugaban felices entre ellos y todas las criaturas vivían en armonía.

Con lágrimas de alegría en sus ojos, Pedro y Laura se dieron cuenta de que habían hecho algo realmente importante: habían ayudado a preservar la naturaleza.

Desde ese día, Pedro y Laura visitaban frecuentemente el bosque mágico para jugar con los animales e inspirar a otros niños del pueblo a protegerlo también. Juntos aprendieron sobre la importancia de cuidar nuestro entorno natural para que las futuras generaciones también puedan disfrutarlo.

Y así, los hermanos demostraron que no se necesita ser un príncipe o una princesa para vivir una gran aventura. A veces, solo hace falta un poco de valentía y amor por la naturaleza para hacer del mundo un lugar mejor.

FIN.

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